Degustada hoy (fue publicada en 2003, antes de la gran bancarrota mundial) se aprecia aún mejor su aire profético, su capacidad de radiografiar una sociedad devorada por la codicia y a punto de estallar en mil direcciones.
La premisa (con un punto joyceano) es simple: Eric Parker, multimillonario empeñado en arruinarse apostando contra el yen, quiere cortarse el pelo al otro lado de la ciudad. Toma su limusina de buena mañana y parte hacia su destino. Durante una larguísima jornada atraviesa Nueva York, una urbe que De Lillo nos presenta como paisaje de disturbios, caos de tráfico y demencial feria de vanidades. Hay un presidente de visita, una estrella del rap cuya momia es paseada por las calles, militantes antisistema furibundos, mártires que se queman a lo bonzo, jóvenes que se sumen en la ceguera del baile y la droga como nuevos derviches. Y de la limusina suben y bajan personajes que disertan con Eric Parker sobre lo divino y lo humano, sobre el sexo y la codicia, sobre el destino último de todos nosotros, sobre la sociedad absurda en la que vivimos.
Los activistas antisistema forman parte del sistema, sostiene uno de esos personajes. Contribuyen a crear apariencia de libertad, a que la gente crea en la posibilidad de la revuelta. Desolador, ¿verdad? Pero es que esta novela es francamente desoladora y, sin embargo, tan fascinante.
¿Quién es Eric Parker, al borde la psicopatía, en busca de la autodestrucción creativa, primo hermano del Patrick Bateman de Breat Easton Ellis? ¿Quién es ese mendigo cuyo soliloquio apunta indicios de un pasado en el que el sistema le trituró hasta convertirlo en un desecho? ¿Quién es la presunta esposa de Parker, poetisa de familia adinerada, de un lado a otro de Nueva York, encontrándose y alejándose de su reciente esposo, apareciendo y desapareciendo como un fantasma?
Cosmópolis relata un apocalipsis del cual, en las calles de Nueva York, el paseante no tiene noticia. La gente deambula por las calles sin saber que es el Día del Juicio Final. Eric Parker lo intuye, y pelea a muerte contra el yen, abismándose en su propia ruina.
Ya, ya. Muchos de ustedes me reprocharán que, a estas alturas, les cuente lo que ya saben: que De Lillo es un escritor magnífico y un augur excelente. Bueno, qué quieren que les diga. No soy crítico de libros en ABC y sí un lector disperso siempre combativo a la hora de contagiar su entusiasmo por ciertos autores (estén o no de actualidad).
Y le queda pendiente a un servidor cazar la adaptación cinematográfica de esta excepcional novela. Adaptación que por un lado me atrae (¡dirige David Cronenberg!) y por otro me aterra (¡protagonizada por Richard Pattison!). El material da para una gran película. Ya les contaré.
Sea como sea, Cosmópolis ha de ser leída por la totalidad de la población lectora. Por su excelente prosa y por sus cualidades visionarias. Por el modo en que nos cuenta cómo el capitalismo ha caído en esta sima putrefacta. Porque el escenario es Nueva York. Porque el libro está dedicado a Paul Auster. Porque De Lillo (sí) es uno de los grandes. Porque me apetecía contárselo a ustedes. Disculpen la interrupción.
Cosmópolis. Don De Lillo. Seix Barral. 239 páginas.
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