De cuando los españoles le echábamos huevos

09/12/2010

Carmela Díaz diarioabierto.es.

Dimos la lata al Imperio Romano; nos costó más de quinientos años reconquistar España frente a los musulmanes; con navajas, tijeras y aceite hirviendo pusimos contra las cuerdas al ejército más poderoso del mundo, el napoleónico. El país en estado de alarma y aquí no pasa nada, que para eso es el puente más largo del año. En cierta medida todos somos culpables del espectáculo al que hemos asistido en los aeropuertos patrios, dañando aún más nuestra imagen en el panorama internacional: los españoles hemos pasado de echarle huevos a ser huevones.

Gobernando ya sin disimulo alguno Rubalcaba -si yo perteneciese a la cúpula popular estaría temblando por la jugada que estará maquinando don Alfredo para los días previos a las próximas generales-, Zapatero se encontraba desaparecido, escondido, o ambas cosas a la vez… Ningún ciudadano cuerdo echa de menos el careto presidencial -casi mejor que pase de perfil lo que queda de legislatura-, pero un poco de dignidad personal por encima del cargo institucional no está de más: aunque para eso hay que tener vergüenza.

Culpables también los gobiernos, así, en plural. El actual ha agotado los tiempos de negociación sin resolver el problema, ha encubierto una privatización demonizando ante la opinión pública a un colectivo de élite y ha publicado un Real Decreto incendiario en la fecha adecuada para propiciar el caos. Pero los privilegios que han llevado a estos profesionales a lanzar un pulso al Estado comenzaron con González y engordaron con Aznar.

Obviamente los controladores, por utilizar como rehenes a sus compatriotas, fulminando ahorros, ilusiones y reencuentros, por destrozar el derecho a la libre circulación, por provocar perjuicios al turismo -uno de los pilares de nuestra maltrecha economía-. ¿Qué ocurriría si ante una decisión gubernamental que perjudicase a los médicos decidiesen no acudir a salas de operaciones, ni a hospitales, ni atender urgencias? Eso sí, les reconozco el mérito de la pelea y el no darse por vencidos. Si todos actuásemos con tal vehemencia para defender lo nuestro, sin claudicar ante manipuladores y mentirosos, otro gallo nos cantaría. Ahora bien, antes de volver a dar por saco por un legítimo “estrés laboral” a millones de españoles, sugiero que abandonen la torre de control una temporada para repartir pizzas o cobrar en hipermercados: comprobarán que con salarios veinte veces inferiores, ningún trabajo está exento de presión, de abusos, ni de malos rollos.

Responsable la Oposición que nos ha tocado en gracia, eludiendo fijar posturas comprometidas mientras espera heredar lo que quede de España. La maquinaria política contemporánea está engrasada para ganar elecciones, no para gobernar: a los que alcanzan el poder se les entrena para anteponer intereses electorales al bienestar de los ciudadanos.

Del Jefe del Estado me gustaría conocer su parecer ante la situación crítica que atraviesa el país desde hace meses. Porque si la figura del Rey queda reducida a pasear, viajar y posar, mejor no tenerlo.

Causantes los medios de comunicación, rendidos a la voz de sus amos, bien se trate de los intereses de grupos editoriales, de la esclavitud de las audiencias o de la vanidad de sus mandamases. ¿Dónde quedó la independencia, la pluralidad y la obligación de información veraz y objetiva? Ni siquiera los locos románticos, los soñadores o los utópicos nos regalan ya el placer de plumas rebeldes.

Cómplice la sociedad española, anestesiada, pasiva, conformista, manipulable, derrotada. Cinco millones de parados, subida permanente de impuestos, precios disparados, recortes sociales, inferior nivel adquisitivo, y ahí seguimos, calladitos, resignados.

Si yo tuviese influencia parlamentaria, removería cielo y tierra para reclutar a políticos decentes, con sentido de la responsabilidad -y con huevos hispánicos, como antaño- que largasen a Zapatero, comenzando mi alistamiento entre sus propios compañeros de filas: además de dilapidar la solvencia y el prestigio de España, ha ocasionado un daño irreparable al socialismo. Pero como no es el caso, asumo mi mea culpa particular: mucho escribir, bien criticar y poco actuar.

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