Existe, ya en septiembre, el consuelo de hallar arena de lejanas playas entre las páginas de un libro y también la posibilidad de adentrarnos en el Mediterráneo proceloso de Lawrence Durrell. ¿Cómo no amar desde su primera página un volumen de textos que comienza del siguiente modo?: “En algún lugar entre Calabria y Corfú comienza realmente el azul”.
Se reedita agrupada la Trilogía mediterránea de Durrell: La celda de Próspero (sobre Corfú), Reflexiones sobre una Venus marina (Rodas) y Limones amargos (Chipre). 700 páginas de una belleza literaria desbordante y un dibujo certero del carácter y los paisajes de las islas donde los dioses se acogieron al silencio hace miles de años.
“Mundo de cerezas negras, velas, polvo, madroños, peces y cartas de casa”. Esos son los elementos del universo que habita Durrell en su hogar provisorio de Corfú. “El silencio es aquí como un pulso discernible: el latido del corazón del tiempo mismo. Estoy todo el día solo en la gran roca; el mar está frío, su frescor duele en el fondo de la garganta como un vino helado; pero azul como la tumba mientras el sol arde”.
Leyendo a Lawrence Durrell cuánto nos gustaría llevar su vida aventurera, a veces mecido en la indolencia de los días sin propósito alguno, a veces en medio del fragor de la batalla, siempre presto a navegar hacia cualquier puerto.
Y también hay, claro, una cierta temperatura adolescente que recuperamos al regresar a Durrell, aquel cuyo Cuarteto de Alejandría tanto nos emocionó en nuestros años escolares.
Pero, sobre todo, está su inmensa altura como escritor. En casi cualquier fragmento de esta trilogía existe un hallazgo fulgurante. “Entrar en Esparta, bajando de la montaña como si se hubiera estallado a través de una nube, y ver el Eurotas color verde cieno, que se precipitaba hasta el valle y arrastraba consigo una multitud de tintineantes trozos de hielo…”. La habilidad de Durrell como paisajista es extraordinaria y su capacidad de evocación provoca en todo lector viajero (o sedentario, lo mismo da) suspiros de esa nostalgia tan característica de los melancólicos que es la nostalgia de lo no vivido.
Y también está la guerra, Chipre en llamas, la miseria a que conduce toda violencia:
“- Cuando se le da a un individuo una máscara y una pistola –dijo Wren pensativamente, demostrando que para entonces ya entendía a fondo el temperamento mediterráneo-, lo primero que hace es liquidar a alguien que le debe dinero, antes de dedicarse a otros asuntos. –Se había vuelto amargo; todos nos habíamos vuelto amargos”.
La patria de Lawrence Durrell (nacido en la India, siempre en permanente fuga de sus orígenes británicos) fue el Mediterráneo, al que veneró y en cuyas orillas escribió sus mejores obras. Esta Trilogía es uno de los más grandes homenajes a un territorio donde nació la civilización y hoy sufre convulsiones que nadie sabe si dirigen hacia el nacimiento de algo nuevo o al definitivo desastre.
Trilogía mediterránea. Un dulce vino para los rigores del otoño, para este septiembre cuya luz declinante nos recuerda la cercanía de oscuras mañanas de nieve.
Y ya que hemos mencionado la primera línea de este precioso volumen, mencionemos los versos que cierran el libro: “…y la rizada testa del mar griego/ conserve sus calmas como lágrimas no vertidas”.