Que se sepa ni Rajoy se ha hecho un lifting ni se ha rasurado la barba. Por tanto, quien clamaba en el Congreso de los Diputados por las privatizaciones por doquier, por la reducción de impuestos a las empresas y por la supresión de las intolerables ayudas de 426 euros a los parados de larga duración debía de ser ese  “izquierdista trasnochado” que diría un embajador norteamericano. Menos mal que este buen hombre se dedicó a la diplomacia en vez de montar una agencia de detectives porque de geografía y buenas maneras andará superlativo pero lo que es de sagacidad cero patatero.

Tildar a Zapatero de izquierdas es hiperbólico hasta para los miembros del Tea Party. Que un presidente que, con tanta contumacia como imaginación, aún se autoproclama socialista quite una miserable contribución social a los desempleados para colaborar, según él, en la superación de la crisis es una decisión aún mucho más miserable que el aguinaldo que se les daba ¿Cómo es posible combatir la crisis hundiendo más a quien más la padece? ¿Cómo lo es dejando aún más patrimonio público en manos ajenas para que, como siempre, se sigan privatizando los beneficios pero socializando las pérdidas?

No es de extrañar que cuenten los cronistas que la estupefacción de don Mariano al oír esas propuestas fue similar a la mía esa ya aciaga noche del 5-0 en la que uno, más que nunca, se adhirió a la independencia de Catalunya. No es que le haya arrebatado su discurso; es que le ha poseído. Y menos mal que el líder de la oposición gana mucho cuando no tiene nada que decir. En caso contrario se le complicaría eso de llegar a ser inquilino del Palacio de la  Moncloa. Eso sí, de cumplirse su sueño, tendrá pocas cosas que cambiar. Como mucho las cortinas porque la cama se la dejarían ya hecha y la política de derechas también. Por lo menos lo segundo. Una tarea menos. Eso que agradecerá don Mariano.