Después de una descarga de energía, provocada por mi intuición siempre, entro en un estado de calma mental mezclado con un estado de energía físicamente fuerte.
No sé qué hora es, no importa. Bajo unos peldaños despacio, muy despacio, mi cuerpo es automático porque mi mente está concentrada. Me detengo en la puerta de un espacio diáfano, abierto y grandioso, inspiro profundo y exhalo despacio, entro en un mundo, mi estudio.
Lo primero que miro es el reverso de un lienzo apoyado en una madera que a mi paso acaricio para despertarla y entrar en contacto con ella. Me hace sonreír, es mi caballete. Compañía, trabajo y naturaleza compartida. Colores caídos por su armadura le dan vida, vejez y sabiduría.
Sin mirar el lienzo apoyado voy preparando la materia y más profundamente la emoción. Me doy la vuelta y miro ese lienzo que al instante se convierte en cuadro al tenerlo de frente. Tengo la necesidad de pisar un travesaño de mi caballete que contacta con el suelo, piso y miro otra vez el cuadro. Lo tengo ya en la mente pero me entra en el sentimiento por medio de un útil sin más en este momento, el sentido de la vista. No soy consciente pero sé que no parpadeo, mis ojos fijos estudian todo el conjunto y a la vez escudriñan cada pincelada, cada color, cada línea.
¡Sigo pisando la armadura! Inspiro y me separo. Mi subconsciente trabaja y no vuelvo a mirar el cuadro, mientras mezclo óleos con sensaciones, mi paleta esta pesada de aceites; ¡Sigo sin mirar el cuadro! Ya sé que pincel coger. Porque mi mente sigue mandando y mi cuerpo es automático y sigo moviéndome despacio. El pincel y el óleo se fusionan y me paro; vuelvo a sentir que no pestañeo, siento en mi mano el contacto de la madera del pincel y miro: veo una imagen preciosa, mano ajada y trabajada, pincel viejo, que bonita postura tienen mis dedos con el pincel entrelazado.
Inspiro fuerte y profundo: lo miro, sonrío y nos unimos, estoy dentro del cuadro, mientras retengo el aliento le doy movimiento. Cada acción es una reacción y me lleva a otra acción con otra reacción.
El tiempo se pierde ya que no tengo necesidad de nada más. Me nacen una gama de emociones que llevan al cerebro al sentimiento. Me domina el subconsciente e inconscientemente en un segundo creo aquello que no existía. Todo lo que mi cerebro retuvo alguna vez provoca mi movimiento unido a esa respiración que te retiene y te suelta la energía.
Como el tiempo dejó de existir, estoy en esta actitud hasta que mi mente se agota y vuelve el cambio físico y emocional, mi respiración se vuelve normal, otra vez inconsciente.
La lentitud de movimientos desaparece, pero miras una última vez. Despierto a lo cotidiano a la vez que subo los peldaños. Me dejo llevar por los estímulos del exterior y despierto.
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