A quienes, a pesar de aparentar una insultante juventud, ya se nos trata de usted con incómoda frecuencia nos reconforta haber tenido salud para ver la versión coloreada y digitalizada del No-Do. Y ello a pesar de haber mutilado esa legendaria sintonía que vociferábamos en las sesiones continuas de la infancia. La inauguración de pantanos ha caído en desuso, casi tanto como la lluvia, pero todavía resta el poso indeleble de esa afición a la propaganda de brocha gorda que, a poco que se reflexione, más que invitar al convencimiento expande los límites conocidos del bochorno ajeno. Si la Constitución de 1812, que tanto se ensalza hoy gracias a la Wikipedia y al desparpajo de algunos, consagraba el paso de súbdito a ciudadano, vídeos como el elaborado por el Gobierno para elogiar la reforma laboral cuestionan este hito social ¿Para qué llegar a ciudadano? ¿Para que te tomen por el idiota que no eres?
Uno entiende a quien está de acuerdo con las medidas del Ejecutivo, a quien no lo está, a quien hará huelga el día 29 y a quien no. Por entender, que ya es tener un talante más competitivo que el de ZP, entiende hasta a quien no le gustan los percebes, pero lo que no se concibe en este siglo, en un país con más de treinta años de democracia, es esta regresión al concepto de masa ignorante que se comerá el mendrugo de pan duro sin rechistar por el simple hecho de que la autoridad le jura y perjura que es jamón ibérico. Es tan grosera la manipulación, tan burda la utilización de los sindicalistas como si en vez de convocantes del paro fueran palmeros del BOE, tan delirante la narración que ni siquiera la vulneración de la ley por emitirse en el transcurso de una campaña electoral resulta un agravante. Hasta difundido en fechas tan proclives a la concordia como las navideñas hubiera sido impresentable.
Como lo es este embudo presupuestario que impide pagar la calefacción o limpiar los colegios pero no nos priva de estos ‘publirreportajes’ que pagamos entre los contribuyentes aunque no consta que, en justa reciprocidad, el Ejecutivo sufrague parte de nuestros vídeos de boda o de las funciones escolares de los chiquillos. A uno le gustaría saber cuánto ha costado la broma, y nunca mejor dicho, pero por lo que se ve el ministerio de Trabajo no lo dice. Y eso en los umbrales de esa ley de Transparencia que nos va a detallar el sueldo, los bienes y hasta las ganancias en el Monopoly de los cargos públicos. Sólo faltaría conocer dónde se van a colocar y cuánto van a cobrar cuando dejen de serlo. Nimiedades.
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