Michael recuerda (40 aniversario de El padrino)

16/03/2012

diarioabierto.es.

Al final de El Padrino II, cuando parece que a Michael Corleone no le ha quedado más remedio que matar a su hermano, con el eco del tiro sobre el agua latiendo todavía en sus sienes cuidadosamente repeinadas, Michael recuerda. Está sentado en el jardín, ya un poco inhóspito, de su casa en Nevada. Kate, su mujer, se ha ido para siempre. Connie, su hermana, se ha quedado sola y ha prometido cuidarle. Su padre, como su hermano mayor, Santino, hace ya tiempo que murieron. Su madre ha fallecido hace poco y Fredo, al que ha ordenado asesinar, ha dejado un silencio espeso sobre el lago. Se sienta y se recuesta, y las hojas azotan el suelo desnudo. Los columpios están tan desiertos como el embarcadero. La casa aún no está vacía, pero sí parece habitar el momento previo al abandono. Por un momento, en Tahoe, Michael Corleone recuerda.

Su recuerdo le llega a la antigua casa familiar en Nueva York. Todos los hermanos están sentados a la mesa el día del cumpleaños de su padre. Él, el hijo menor, el único que ha ido a la universidad, en el que tanto el padre como la madre y los demás hermanos han depositado tantas esperanzas, les cuenta que se ha alistado como voluntario para luchar en la Segunda Guerra Mundial. “Le darás un disgusto a tu padre el día de su cumpleaños”, le increpa Santino. Fredo le defiende: entonces, muchos años atrás, existía entre ellos una conexión emocional que luego el propio devenir fue limando, adelgazando, hasta dejarla en nada: “Eres un extraño”, le dice Michael en un momento mucho más reciente, poco antes de ordenar su muerte a Al Neri, delante del cuerpo de la madre. Pero volvamos a esa escena elegiaca, el cumpleaños del viejo patriarca don Vito Corleone: también Tom Hagen le explica a Mike que habían movido muchos hilos para librarle del servicio militar, pero Michael aún es un hombre idealista: tiene sus propios sueños, es culto, y no quiere saber nada de los negocios de la familia.

Sin embargo, los acontecimientos encrespados le arrastrarán a ocupar el sillón vacío de su padre, a ser el nuevo Padrino, a proteger a los suyos de un fantasma que habita, seguramente, no sólo en la amenaza constante de los otros, sino también en el fondo de su propio corazón endurecido por las circunstancias. Michael recuerda la casa familiar, las voces de los niños, cómo era ser joven y sentarse a la mesa. 40 años después de la realización de El padrino, esta evocación del calor familiar me sigue estremeciendo: quizá en esta secuencia se concentra toda la conciencia de una pérdida, la ruina del tiempo abatiendo la vida

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