Está demostrado que en estos tiempos de vértigo hasta las hazañas de los superhéroes tienen una vigencia cada vez más escueta. Sólo unos días separan a aquel presidente Rajoy que plantaba cara a Europa con su irreductible voluntad de fijar el déficit por su cuenta del que regresa con la nota corregida y más deberes por hacer. Lo ha explicado en el Congreso muy a lo Sinatra. Es decir, a su manera. Si en el Eurogrupo le han reconvenido no ha sido por mal alumno sino porque de alguien tan capacitado más que un notable se espera matrícula de honor. Por tanto, eso de coger a De Guindos por el cuello no es una metáfora de los deseos reales para con nuestro país sino un modo atípico de efusivo abrazo. Una reacción lógica cuando, por lo que cuenta el jefe del Ejecutivo, desde su llegada a Moncloa el BOE despierta en la UE olas de entusiasmo sólo comparables a las que levantan los libros de Harry Potter entre los adolescentes. Como será la cosa que la reforma laboral, por elegir una de entre tantas, ha creado escuela de tal modo que a Finlandia le ha servido para hacer justo lo contrario. O sea proteger más a los trabajadores.
Con esta confianza en uno mismo no es de extrañar que esos cinco mil millones de euros adicionales de recortes se antojen una bagatela. Tanto que el ministro Montoro ya adelantó que esa ronda corría a cargo del Gobierno central con ese desparpajo que sólo da invitar a copas con el dinero ajeno. Digo yo que, corra a cuenta de la Administración que corra, las liebres siempre serán las mismas. A saber, los contribuyentes. Y en el derecho estamos de que ya nos digan, y ocasión había en el Parlamento para esbozarlo, por dónde nos va a caer esta vez la colleja tributaria. Que los Presupuestos hayan alcanzado las mismas cotas de misterio que las renovaciones de Guardiola roza la indecencia política cuando, en coyunturas económicas tan convulsas, se sigue primando el interés partidista al ciudadano ¿Qué motivación va a tener el candidato Arenas para ir a un debate en televisión una vez demostrada la eficacia de la inacción como baza electoral? En fechas recientes el hoy presidente aseguraba que lo peor para España era no hacer nada. Sin embargo esa pasividad fue para él mano de santo en su camino a Moncloa.
Ahora que toca gobernar la cosa es más difícil. Al menos un par de veces lo destacó en su relato delatando el error de apreciación que supuso creer lo contrario porque hasta Zapatero era capaz de hacerlo. No sólo es complejo sino que obliga al respeto hacia ese adversario que, con las imperfecciones del sistema y, no hay que olvidarlo, una Ley Electoral perversa e injustificable, representa también a una parte de la ciudadanía. Hay una amplia panoplia de déficits y el democrático no es menor. No hay mérito alguno en ser implacable con el débil y servil con el poderoso. No estaría mal que una porción de esa soberbia y altanería que Rajoy exhibió ante los discursos de la izquierda minoritaria, que no insignificante, la reservase para hacerse valer ante Merkel cuando le presenta los apuntes de las reformas para que remarque con rotulador rojo las incorrecciones. Eso se llama gobernar al dictado por mucho que nos quiera hacer creer don Mariano que la presión sólo afecta a las ollas.
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