Miguel Delibes vuelve tras haberse marchado, con el mismo silencio imperceptible que es una densidad fina y corpórea. Ramón Buckley ha escrito una biografía sobre el escritor que se aleja de su imagen de castellanismo cenital, una especie de delimitación que era su marca/parca en las novelas, ese desarrollo argumental que era la economía de una emoción, desprovista de carga ornamental, para tocar con esa sutileza su verdad original. Así, este estudioso se refiere a Delibes como escritor, claro, pero también como pensador intelectual que va tejiendo su andamiaje interior no para exhibirlo, sino para entenderse mejor y articular así sus personajes y sus ciclos cambiantes. Ramón Buckley define a Miguel Delibes como un “intelectual en constante transformación, que evoluciona, va creciendo, es diferente según el momento que le toca vivir”. Lo ha contado en la presentación de su libro Miguel Delibes, una conciencia para el nuevo siglo, la primera aproximación a la figura del novelista tras su después de su muerte. Será el 12 de marzo cuando se cumplirán dos años de su fallecimiento, de su muerte consciente, cuando ya había renunciado a escribir una sola página porque no se veía ni con fuerzas ni tampoco, ya, con la pericia necesaria.
Este estudio puede resultar interesante, para empezar, porque se carga un tópico, algo así como la imagen de Delibes, escritor rural, escritor castellano, escritor cinegético, escritor de los hijos de la tierra, escritor de la burguesía vallisoletana en Mi idolatrado hijo Sisí, de ese duro cainismo caciquil en Los santos inocentes. ¿Era Miguel Delibes un intelectual? Él siempre respondió que no, quizá porque era más listo: el Concilio Vaticano II, la Primavera de Praga, el éxodo del campo o el control de la prensa en la dictadura de Franco, que conoció como periodista y director de El Norte de Castilla, fueron los momentos principales que fueron esculpiendo una mirada, un pensamiento libre y un espíritu, el de alguien de difícil adscripción a una ideología pormenorizada, sino al convencimiento de uno mismo. Miguel Delibes fue ese convencimiento de uno mismo, esa insumisión a cualquier disciplina partidista, manteniendo intacto el compromiso con su propia conciencia personal. “No era ni azul ni rojo. Después de participar como voluntario al lado de las tropas sublevadas al comienzo de la Guerra Civil, se desmarcó del régimen en los años 60, aunque no tenía nada de marxista, y desde el punto de vista religioso evolucionó desde un catolicismo tradicional al de los cristianos nuevos del Concilio Vaticano II”, afirma Buckley.
Cuando tantos escritores alardean públicamente de sus lecturas, regresa de la muerte un Miguel Delibes más intelectual, pero también más puro y más sencillo, más conocedor de su propio talento convertido en discurso humanitario.
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