Marta y su pequeño mundo

30/01/2012

diarioabierto.es.

Se llamaba Marta y se encontraba con su madre en el hospital, a la cual le entregaban unas pruebas muy importantes que configurarían su mundo de nuevo.  Marta apretaba contra su pecho un oso de peluche de esos que tienen dos botones por ojos y se intuye muy suave. Hacía mucho tiempo que no veía un oso como aquel. Marta se portaba muy bien, para su corta edad: 6 años.

Entraron en la consulta Marta  y su madre y yo me quedé en la sala de espera. Quedaban 2 personas para que llegase mi turno. Al cabo del rato, Marta salía de la consulta  agarrada de la mano de su madre, a la que parecía que el mundo le daba vueltas. La gente la miraba extrañada, pero nadie se acercaba a esta madre a la que parecía que le habían dado una muy mala noticia. Ni siquiera yo.

Pude ver como Marta dejaba su osito sobre una de las sillas y cogía las manos de su madre con las suyas, tan pequeñas y tan frágiles. Su madre lloraba y miraba hacía el suelo. Marta se agachaba buscando con sus ojos los de su madre, hasta encontrarlos. Le cogió las manos, con las suyas, con fuerza y le dijo: Todo saldrá bien mamá.

Y yo me deshice en mi sitio. Cómo era posible que una niña de apenas 6 años de edad pudiese estar diciendo eso a su madre, de aquella manera, con ese aplome y esa seguridad. Ya no por el hecho de ese gesto en sí, sino por lo que todo eso conllevaba. La madre de Marta estaba muy grave de salud, dentro de pocos meses no podría hacerse cargo de su hija. Pero Marta no lo sabia. Rebuscó en el bolso de su madre hasta encontrar una moneda. Luego se acercó a una máquina de refrescos y sacó, con soltura, un refresco para su madre, la cual lo trató de beber sorbo a sorbo.

Nos quedamos mirando, todos los que estábamos en la sala, a la niña y la madre. Cuando ésta dejó de llorar, la niña , sin apenas hablar volvió a coger de la mano a su madre. Más tarde se levantaron y salieron de la sala de espera y del hospital.

Pero el osito de la niña quedó allí solo. Sobre la silla. Lo cogí en mis brazos y salí rápidamente en busca de la madre y la niña para devolverles el oso. Pero no había rastro de ellas. Volví a mi asiento, a la sala de espera. Pasaron dos personas más y fui consciente entonces, de que había perdido mi turno. El médico me había llamado y yo no estaba allí (o eso me dijo alguna gente) , por lo que ahora tendría que esperar a que el resto de gente que quedaba en la sala, fuesen atendidos.

Pero ahora tenía el osito de la niña valiente sobre mis piernas. Un oso con dos botones por ojos y sonreí, pensando, que ahora yo tenía una parte muy pequeña e importante de ese mundo pequeño de Marta. Y me sentí muy fuerte yo también para afrontar cualquier cosa. Quería ser como Marta y empezaba por tener  su oso de peluche.

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