La lágrima de una payasa

14/03/2025

Josep M. Orta.

En estos tiempos en que los muertos sólo son números, que algunos dignatarios sólo se preocupan por las finanzas de las grandes multinacionales y que determinadas empresas se enriquecen con sus productos armamentísticos en un mundo que parece imperar el “aquí vale todo”, con frecuencia se invisibiliza las numerosas muestras de solidaridad que diariamente se producen en el mundo, la cantidad de personas que invierten unas horas al voluntariado. A mi me impresionó mucho la historia que me contó una enfermera de un hospital infantil de Barcelona.
Mi amiga me explicó que en el hospital en el que trabaja reciben habitualmente la visita de un grupo de payasos que tratan de aliviar las angustias de los ingresados. Es una labor humanitaria de personas y es muy apreciado por el personal sanitario y que es fuente de historias muy emotivas.
La enfermera me contó que en la sala de espera se encontró a una payasa llorando de emoción. Sólo se había quitado su roja nariz postiza, pero seguía con su gran peluca naranja, su vestido chillón y sus medias también llamativas. Estaba llorando en un rincón y sus lágrimas desteñían el blanco maquillaje de su cara. Le preguntaron si se encontraba bien y esbozó una sonrisa.
Acababa de salir de la sala donde los pacientes esperan a ser intervenidos. Un niño estaba muy angustiado antes de sufrir una intervención de pronóstico más que incierto, Su madre le apretaba la mano para tratar de tranquilizarle y de pronto irrumpió la payasa en la pequeña habitación. Era una maestra de primaria y tenía experiencia en tratar a los niños y además dedicaba una parte de su tiempo en tratar de consolar a los enfermos. Una vez en la habitación el paciente le miró extrañado y la payasa empezó a hacer payasadas hasta que logró que el niño se olvidara de lo que le esperaba y se tranquilizara.
La enfermera entabló conversación con la payasa y esta le explicó que lo que más le había emocionado fue cuando los camilleros acudieron a la habitación para llevar al enfermo al quirófano. “El niño entonces me sonrió y me dijo adiós con las manos. Ha sido el mejor regalo que he recibido”.  Le corría una lágrima que desdibujaba el maquillaje de la cara.
La payasa, una vez superada la emoción, se fue a visitar a otros niños para darles un poco de alegría. Se volvió a poner su roja nariz para seguir endulzando la vida a otros enfermos.
Jay otro mundo que desde el anonimato hablan un lenguaje muy diferente del de las bombas, la destrucción y el odio, aunque no tengan ni el protagonismo ni el apoyo que se merecen.

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