El próximo lunes, día 20, Donald Trump volverá a ser el presidente de los Estados Unidos. Llega a la Casa Blanca con sed de venganza y con un programa que hace temblar a muchos. Los augurios no son favorables para los sistemas democráticos y sus últimas propuestas parece que nos retrotraen a las épocas del colonialismo donde no había otra ley que la ley del más fuerte.

Prometió que los dos primeros días de su mandato actuaría como una dictadura. No es un anuncio demasiado halagador, pero de momento su intención de deportar a millones de emigrantes sin papeles sí que parece que esté dispuesto a cumplirlo, sin tener en cuenta los efectos colaterales para sus propios conciudadanos pueda tener (quien cuidará a sus ancianos, cómo se cubrirán los trabajos que ningún estadounidense quiere hacer, como afectará a tantos sectores que se verán huérfanos de una obra de mano barata…).

También afectará a las relaciones internacionales, de momento promete que no le temblará la mano utilizar el ejército para recuperar el canal de Panamá, comprar Groenlandia o incorporar Canadá como la estrella 51 de su bandera, mientras sus asesores tratan descaradamente de interferir en los sistemas electorales europeos para que prosperen las formaciones de extrema derecha.

Tampoco el mundo económico respira tranquilo con sus desestabilizadoras propuestas arancelarias y su poco respeto por los tratados internacionales. Si no respeta a la justicia de su país, ¿cómo va a hacerlo con los organismos como la ONU?

Su impulsivo carácter hacen prever que se plantea cumplir sus amenazas e incluso que muchas de ellas las pueda aplicar. Su capacidad para desestabilizar la Unión Europea está fuera de toda duda y sus extraños amigos como Putin o Kim Jong-un hacen imprevisible su actuación en un mundo que de la mano de su socio Elon Musk y su red X parece querer controlar el sistema mundial de comunicación.

El lunes se levanta el telón y como nos hemos de limitar a ser espectadores, como dicen en el teatro “disfruten del espectáculo».