El discurso del Rey

26/12/2024

José María Triper.

Un año más, el Rey Felipe VI ha puesto el dedo en la llaga de los problemas y la realidad social y una dosis de sensatez hoy ausente en la política española, apelando a todas las Administraciones Públicas y a la clase política a atender la exigencia del bien común, mientras llamaba  a rebajar la contienda política y realizaba una demanda, tan firme como necesaria, a la serenidad, para impedir que la “discordia se convierta en un constante ruido de fondo que impida escuchar el auténtico pulso de la ciudadanía”.

Utilizando la DANA como eje vertebral Don Felipe lanzó un mensaje de Navidad medido y atinado, con el que ha culminado un año de aciertos, de prestigio personal y de consolidación de la Monarquía, en el que ha estado a la altura del gran país que es España y muy por encima de una clase política decadente y caracterizada, salvo excepciones, por la mediocridad y el alejamiento de los ciudadanos.

Serenidad, convivencia y bien común fueron, probablemente, las palabras más significativas de las utilizadas el Rey en su discurso, junto a la constante defensa del interés general y los valores y principios de la democracia liberal y de la Constitución como símbolo y garante de las libertades y la unidad de España. Un aviso tan cristalino como su declaración de esperanza en la sociedad civil de este país muy por encima de una clase política que, salvo honrosas excepciones, exhibe y se caracteriza por su mediocridad y el desprestigio del que goza entre unos ciudadanos, cada vez más consciente de que quienes debieran representarles sólo se ocupan y preocupan de sus ambiciones personales y sus intereses partidistas.

Siendo conscientes de que los discursos del Jefe del Estado son, por imperativo legal, supervisados y revisados necesariamente por el Gobierno, y que la neutralidad política del Rey es una de las características congénitas de las monarquías parlamentarias como la española Felipe VI no podía, ni debía, ir mucho más allá de lo que fue en su alocución aunque leyendo entre líneas se pueden deducir dos mensajes tan firmes como nítidos: la defensa a ultranza de la Constitución y la reivindicación de la sociedad civil como motor y garantía del progreso y el futuro de la nación española.

Se ha convertido también en altavoz de las principales reclamaciones de los españoles pidiendo soluciones que faciliten el acceso a la vivienda en condiciones asumibles o al problema de la inmigración. Y tampoco eludió la situación económica en la que, en contraste con el triunfalismo enredador del Gobierno, advirtió sobre “lo mucho que nos queda por hacer en materia de pobreza y exclusión social”. Palabras con las que recogía el reciente informe de la Comisión Europea, que alerta de la situación crítica de España en indicadores como la tasa de riesgo de pobreza y exclusión social, tanto general como infantil y de la inoperancia de las prestaciones sociales.

Un mensaje navideño en el que lo único decepcionante y lo preocupante es el silencio del Gobierno ante los consabidos e incongruentes ataques de sus coaligados de Sumar y sus aliados independentistas de la Frankestein a las palabras del Monarca, y también sus oídos sordos a la defensa y el respeto de la legalidad constitucional, el Estado de Derecho y la división de poderes, amenazada hoy por las negociaciones y la entrega del Gobierno, con su presidente al frente, a unos socios cuyo único objetivo es destruir la nación que él debería gobernar.

Ataques estos de los independentistas que más parece fruto de los efluvios espirituosos propios de los excesos navideños y del odio a España que de una reflexión seria y responsable como debería corresponder a quienes como Jordi Turull, Oriol Junqueras y la portavoz de Sumar, Elizabeth Duval, ostentan cargos públicos que constituyen una muestra de ese extremismo radical que les caracteriza. Y con ellos el silencio de Santiago Abascal y Vox que siguen trabajando para Sánchez. Los extremos se tocan, que dice sabiamente el refranero.

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