Del parlamentarismo al trilerismo

11/12/2024

José María Triper.

 “Miré los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes ya desmoronados…” Recordaba estos versos de D. Francisco de Quevedo mientras asistía, entre atónito y abochornado, al show de Alicia García, a la sazón portavoz del Partido Popular en el Senado, preguntando sin pudor durante el pleno de la Cámara Alta, al más puro estilo de los payasos de la tele, si la mujer, el hermano y el entorno del Presidente del Gobierno estaban imputados. A lo que el resto de miembros de la bancada popular respondía con un “siii” pueril entre ovaciones. Si esa es su forma de hacer oposición no es extraño que con todo el fango que rodea al PSOE y salpica a La Moncloa sean incapaces de armar una alternativa suficiente para el cambio.

Un episodio más, de los muchos sufridos en las dos últimas legislaturas que trascienden de la anécdota, para reflejar el desmoronamiento de las cámaras parlamentarias españolas. No por la edad como invocan los versos del poeta, sino por la mediocridad, el adocenamiento y la falta de respeto a las instituciones y a los ciudadanos de una clase política esperpéntica y sin clase. Cierto que con excepciones, que las hay y de excelencia, pero el problema del PP hoy no es de liderazgo, que lo tiene, sino de equipos, estrategia y de mensaje. Mientras que el mal del PSOE es de servilismo, sumisión y total ausencia de personalidad y democracia interna.

Un Grupo Socialista que ha convertido el Congreso de los Diputados en una orgía de trilerismo parlamentario impidiendo que se tramiten y se debatan los temas que no interesan al Gobierno como ha ocurrido con el bloqueo de la Comisión que había aprobado suprimir el impuesto eléctrico del 7% en el recibo de la luz, que ahorraría 1.100 millones a las empresas y familias españolas, o también con la proposición de Junts per Cat para que Sánchez se someta a una moción de confianza.

Nada tiene que ver el narcisismo autócrata de Pedro Sánchez con el patriotismo, valentía, la renuncia y el sentido del Estado de Adolfo Suárez, Felipe González, Alfonso Guerra, Fernando Abril, Santiago Carrillo y Manuel Fraga. Como tampoco tienen que ver nada las presidencias de Gregorio Peces-Barba o Landelino Lavilla, por citar sólo dos ejemplos, con la presidencia de una Francisca Armengol cómplice de la marginación y la degradación a qué su jefe en La Moncloa somete al Parlamento.

“Nunca antes en la historia España ha estado tan desparlamentarizada. Ni con mayorías absolutas el Parlamento español ha estado tan despreciado”, afirmaba el presidente de la Comisión de Libertades Civiles, Justicia y Asuntos de Interior del Parlamento Europeo, Javier Zarzalejos en el marco de la presentación del informe sobre el Estado de Derecho elaborado por la Fundación Hay Derecho en el que se advierte sobre la creciente irrelevancia del Parlamento frente al Gobierno.

Quien esto escribe ha sido cronista parlamentario durante años, vivió el ignominioso intento de golpe del 23-F dentro del Congreso, y coincidiendo con el 40 aniversario de nuestra Carta Magna fue condecorado con la insignia del Parlamento español a periodistas de la Transición, junto a una treintena de compañeros. Galardón este que recibí y exhibo con el mayor de los orgullos. Siempre he considerado al Parlamento como la casa de los españoles, el templo de la democracia, la esencia de las libertades y la sede de la soberanía popular. El foro de diálogo y respeto en el que se fundamenta el Estado de Derecho. Así lo he vivido, así lo he sentido y así lo añoro. Pero hoy, cuando sigo las sesiones plenarias de ambas Cámaras, como se lamentaba D. Francisco de Quevedo hace casi 400 años, sólo siento desmoronamiento, vergüenza y decadencia.

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