La catástrofe que sufrió Valencia propició una cadena de acciones para paliar la incapacidad del gobierno autonómico para afrontar la desgracia. Miles de voluntarios se desplazaron con cubos y palas para recorrer las ciudades afectadas, ofreciendo casa por casa su ayuda. Mientras las autoridades aseguraban que lo urgente, y es verdad, era empezar a reconstruir los destrozos.
Las inversiones necesarias para recomponer la situación en la medida de lo posible (los fallecidos ya no tienen solución) requerirá millonarias inversiones lo que puede reportar grandes beneficios a los adjudicatarios (mientras las indemnizaciones prometidas pueden tardar en llegar y en muchos casos sólo son parches).
Sería mucho pedir que la solidaridad de la población también se extendiera a las grandes empresas y no se lucraran con la desgracia ajena. Son miles las casas que se han de reconstruir, los enseres que se han perdido, los coches inutilizados, obras de infraestructura que se han de rehacer. Son muchos los desperfectos y de la misma manera que el trabajo de los voluntarios fuera ejemplar, sería positivo que esta ejemplaridad no se extendiera en los beneficios de determinadas empresas, sino que por una vez ajustaran al máximo los precios de sus trabajos.
De momento las primeras concesiones no parece que vayan por este camino
ya que la Generalitat valenciana las ha hecho a dedo, sin concurso público, y ha beneficiado directamente a personas de alguna manera están relacionadas con la administración. Al fin y al cabo la historia de esta comunidad no se puede decir que haya sido muy escrupulosa a la hora de licitar obra pública.
No sólo sería lamentable, sino un insulto que algunos se aprovecharan de la desgracia ajena y aprovecharan aquello de “a río revuelto, ganancia de pescadores”.
Como la desconfianza existe, especialmente en este caso, sería saludable que las cuentas sobre las inversiones a realizar fueran un ejercicio de transparencia en la concesión de los concursos y las empresas beneficiarias de las obras de reconstrucción hicieran un esfuerzo de estrecharse el cinturón a la hora de presentar sus presupuestos. Pero como se decía en el mayo francés, «seamos realistas, pidamos lo imposible»
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