Las situaciones extremas suelen mostrar lo mejor y lo peor de las personas. En la “gota fría” que ahora llaman DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos) que ha cubierto de luto y tristeza a toda España, con una cifra provisional de 217 muertos en Letur (Albacete) y varias localidades de Valencia, se han visto ejemplos de bondad y esfuerzo sin límite y de lo contrario: felonía y maldad también sin límite. Cuando la vicepresidenta del Gobierno y presidenta en funciones, María Jesús Montero, llamaba a la unidad y el trabajo conjunto de las instituciones en el pleno del Congreso del miércoles, 30 de octubre, ya se contabilizaban más de veinte fallecidos. Dos horas después subían a cincuenta y seis horas más tarde ya duplicaban esa cifra. La vicepresidenta y titular de Hacienda, una sevillana con mucho coraje, sabía de lo que hablaba. Cierto es que para la derecha y la ultraderecha lo relevante no eran las inundaciones, sino el “asalto a las instituciones” por la votación del acuerdo de las demás fuerzas parlamentarias para renovar el Consejo de RTVE. Con eso y la supuesta corrupción del máster de Begoña Gómez ya tenían suficiente caudal para apalear al Gobierno, que era lo que les interesaba.
Para entonces, ya el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se había puesto en contacto con el presidente de la Comunidad Valenciana, Carlos Mazón, poniendo a su disposición cuantos medios necesitara para salvar gente afectada por las riadas e inundaciones. Sánchez estaba a punto de embarcar en Nueva Deli, de regreso a España, después de un viaje de alto contenido económico provechoso para nuestro país en venta de aviones, entre otras cosas. La noche del 28 de octubre, mientras viajaba a Madrid, fue telúrica y terrible para miles de personas, trabajadores a los que la riada sorprendió in itínere. Muchos sufrieron accidentes, otros murieron ahogados. ¿Qué estaba ocurriendo?
Una vez más, y van muchas con la derecha en el poder, el gobernante del PP en la Comunidad Valenciana no estuvo en lo que tenía que estar, sino en lo que le interesaba. No cursó la alarma ante los avisos rojos que le dio la Agencia Española de Meterología (AEMT) y cuando lo hizo, cuatro horas y media después, pasadas las 20:30 de la tarde ya era eso, tarde. Por el contrario, la Universidad de Valencia se tomó muy en serio el aviso y la actuación de sus responsables evitó daños personales y acaso muertes. ¿Por qué un político al que eligen presidente para que gobierne en aras del bien común no está a lo que debe estar cuando más falta hace? Mazón estaba recogiendo un premio con su consejera de Turismo y, aun con las alertas en el bolsillo, no sólo tuvo la desfachatez de no transmitirlas, sino de afirmar en una comparecencia pública que la DANA se alejaba de Valencia hacia el interior, la serranía de Cuenca.
Es muy fácil preguntarse ahora cuántas vidas se hubieran salvado si el presidente valenciano hubiese actuado como le correspondía. DANA no tiene que ser sinónimo de muerte. De hecho, no lo ha sido en otros lugares por mucho que el Mediterráneo se caliente y la gota fría sobrevenga. Pero Mazón estaba en otra cosa. Ni más ni menos que Fraga cuando el chapapote asolaba las costas gallegas (el presidente fundador estaba de caza en Aranjuez, Madrid). Ni más ni menos que Álvarez Cascos, ministro responsable de puertos y costas (estaba esquiando en Andorra). Ni más ni menos que Rajoy, entonces vicepresidente con Aznar, que ordenó alejar el petrolero averiado a alta mar y asunto resuelto, según dijo en los pasillos del Congreso. Claro que luego el barco se quebró y empezaron a salir los famosos “hilillos”.
Ahora, frente a una realidad insoslayable para el presidente valenciano Mazón, la derecha nacional, el PP, y la ultraderecha carroñera, culpan al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, por no haber declarado el Estado de Alarma y desplegado al Ejército antes. La verdad es que la Unidad Militar de Emergencias, “ese invento de ZP”, estuvo lista desde el primer momento y salvó vidas, como también los bomberos, la policía, los medios locales y la Guardia Civil. En la frase sin contexto atribuida a Sánchez: “Pidan lo que necesiten”, la derecha demagógica y carroñera ha visto la renuncia a hacerse cargo de la situación. Por eso Feijóo ha dicho que él se habría puesto al frente y actuado con más decisión. No ha dicho como en el chapapote que facilitó la corrupción y le permitió llegar al Gobierno de Fraga.
Por más que Sánchez explique que las Autonomías regionales se crearon para acercar el poder a la gente y la administración a los administrados y que son los Gobiernos autonómicos y las instituciones locales los que mejor conocen las necesidades, y por más didáctica que emplee en desglosar el término “cogobernanza”, a esa oposición emberrechinada le vale todo. Si hasta en la frase: “Ustedes conocen la situación y las necesidades, tienen todos nuestros medios a disposición” ven renuncia, indisposición y mala fe de Sánchez, ¿qué no verán esas gentes? Por si faltaba alguien, cómo ignorar al gran González, don Felipe: “Yo envié al Ejército a las inundaciones de Bilbao”. Aquello ocurrió en 1983 y entonces el Gobierno Vasco, constituido en 1980 y presidido por Carlos Garaicoetxea carecía de competencias en casi todo. ¿Por qué tanto afán en mejorar el silencio, don González?
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