No soy experto en lisonjas por falta de práctica y la solemne apertura de Las Cortes no ha ayudado ni siquiera a disimular esta imperdonable laguna. Lo cierto es que uno no entiende nada. Según se sabe y admite, desde hace al menos cinco años la Casa Real conocía que los negocios de Urdangarín limitaban de manera peligrosa con el chanchullo. Gracias a ello se pudo pergeñar un castigo ejemplar para un comportamiento que lo era poco o nada. A saber, mandar a la familia a Washington con los gastos pagados (adivinen por quien) y un jornal millonario para el yerno en una multinacional por si, como afirmaba el propio don Iñaki sin rubor en una entrevista, se veían ‘apurados’ como cualquier prole numerosa. Desde el garrote vil acaso no se conozca una pena más cruel. Con estos antecedentes, sumados a un discurso navideño que elevó a gran titular una de las mayores obviedades del estado de derecho dando cuenta así de los malos tiempos que atraviesa, no es de extrañar ese prolongado aplauso que se llevó don Juan Carlos del Parlamento.
Que la Justicia sea igual para todos se convierta en noticia de portada y en carne de tertulia invita a reflexionar entre peladilla y polvorón. Y ello para que, por ejemplo, nunca ocurra en este país que a un banquero se le ponga en la calle por la filosa y a un preso que lleva más de treinta años en el trullo sin delitos de sangre se le indulte después. Debe ser porque no está demostrado que la desvergüenza sea ilimitada aunque a menudo lo parezca. Ha querido el destino, tan caprichoso como clarividente, que esa ovación, tan efusiva que algunos diputados no han conocido desgaste laboral mayor, haya coincidido con un percance en la Asamblea de Madrid que ha pasado más desapercibido. Su presidente estudia prohibir la entrada de invitados porque en ocasiones no ven muertos pero abuchean o aplauden alguna iniciativa.
De todos es sabido que el palmeteo cuando lo ejecutan sus señorías es sinfonía celestial pero en el vulgo tan solo se puede tildar de molesto ruido. Con estas cosas cada vez se entiende menos la distancia entre la ciudadanía y sus representantes. Basta ver esa sesión continua de la investidura de doña Ana Botella y el boato del inicio de la nueva Legislatura, con desfiles y fanfarrias incluidos, para darse cuenta de que no hace falta viajar a Marte un lunes de puente para saber que hay vida extraterrestre. Tan raro me resulta todo que donde muchos ven un loable ejercicio de transparencia de Zarzuela por dar a conocer el trazo gordo de sus cuentas yo sólo veo una acumulada opacidad ¿En qué se gastó el dinero público los treinta años anteriores?
No soy experto en lisonjas por falta de práctica y la solemne apertura de Las Cortes no ha ayudado ni siquiera a disimular esta imperdonable laguna. Lo cierto es que uno no entiende nada. Según se sabe y admite, desde hace al menos cinco años la Casa Real conocía que los negocios de Urdangarín limitaban de manera peligrosa con el chanchullo. Gracias a ello se pudo pergeñar un castigo ejemplar para un comportamiento que lo era poco o nada. A saber, mandar a la familia a Washington con los gastos pagados (adivinen por quien) y un jornal millonario para el yerno en una multinacional por si, como afirmaba el propio don Iñaki sin rubor en una entrevista, se veían ‘apurados’ como cualquier prole numerosa. Desde el garrote vil acaso no se conozca una pena más cruel. Con estos antecedentes, sumados a un discurso navideño que elevó a gran titular una de las mayores obviedades del estado de derecho dando cuenta así de los malos tiempos que atraviesa, no es de extrañar ese prolongado aplauso que se llevó don Juan Carlos del Parlamento.
Que la Justicia sea igual para todos se convierta en noticia de portada y en carne de tertulia invita a reflexionar entre peladilla y polvorón. Y ello para que, por ejemplo, nunca ocurra en este país que a un banquero se le ponga en la calle por la filosa y a un preso que lleva más de treinta años en el trullo sin delitos de sangre se le indulte después. Debe ser porque no está demostrado que la desvergüenza sea ilimitada aunque a menudo lo parezca. Ha querido el destino, tan caprichoso como clarividente, que esa ovación, tan efusiva que algunos diputados no han conocido desgaste laboral mayor, haya coincidido con un percance en la Asamblea de Madrid que ha pasado más desapercibido. Su presidente estudia prohibir la entrada de invitados porque en ocasiones no ven muertos pero abuchean o aplauden alguna iniciativa.
De todos es sabido que el palmeteo cuando lo ejecutan sus señorías es sinfonía celestial pero en el vulgo tan solo se puede tildar de molesto ruido. Con estas cosas cada vez se entiende menos la distancia entre la ciudadanía y sus representantes. Basta ver esa sesión continua de la investidura de doña Ana Botella y el boato del inicio de la nueva Legislatura, con desfiles y fanfarrias incluidos, para darse cuenta de que no hace falta viajar a Marte un lunes de puente para saber que hay vida extraterrestre. Tan raro me resulta todo que donde muchos ven un loable ejercicio de transparencia de Zarzuela por dar a conocer el trazo gordo de sus cuentas yo sólo veo una acumulada opacidad ¿En qué se gastó el dinero público los treinta años anteriores?
Aviso Legal
Esta es la opinión de los internautas, no de diarioabierto.es
No está permitido verter comentarios contrarios a la ley o injuriantes.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.
Su direcciónn de e-mail no será publicada ni usada con fines publicitarios.