No seré yo quien ponga en tela de juicio las predicciones de la Comisión Europea, ni
quien dude de que la revisión al alza en tres décimas del crecimiento de la economía
española durante este año, hasta el 2,2%, es una buena noticia. Que lo es. Pero sin
ánimo de parecer pesimista o aguafiestas, el análisis de la letra pequeña de estas
previsiones y el contexto en el que nos movemos parece indicar que nos encontramos
ante eso que algunos economistas, especialmente norteamericanos, empiezan a llamar la “recesión silenciosa”, es decir que la economía está mal pero no lo notamos todavía.
Empezando por el mismo informe de la Comisión que junto a la mejora del producto
interior bruto (PIB) para este año anuncia ya una rebaja de una décima, al 1,9%,
respecto a sus previsiones de primavera, y 3 décimas por debajo del crecimiento
estimado para 2023, mientras que el comisario de Economía, Paolo Gentiloni, no tenía
dudas al apuntar sobre España que “el debilitamiento de la actividad económica previsto hacia finales de año se prolongará, al menos, en el primer semestre de 2024.
Descenso que la CE acompaña de una previsión de inflación del 3,6% al cierre de este
año, un punto más que la registrada hasta agosto, y de un 2,9% para 2024, mientras que la subyacente, la que no cuenta la energía y los alimentos no elaborados, se resiste y no baja del 6%. Como veníamos anunciando, una vez acabado el “efecto escalón”, al comparar con subidas muy altas en meses similares del año anterior, se demuestra que los precios no bajan y que las medidas del gobierno y la subida de los tipos de interés del Banco Central Europeo (BCE) no sirven, por insuficientes y por equivocadas, para ganar la batalla contra la inflación.
Y si, junto al informe de Bruselas miramos al entorno y al contexto vemos como la
Comisión Europea asume ya una situación de estanflación al pronosticar un crecimiento de sólo un 0,8% con una inflación del 5,6%. Una estanflación cuyos efectos se traducen en: pérdida de la capacidad de compra de los hogares con la caída consiguiente del consumo privado; aumento de los costes empresariales que repercuten en los precios de venta; y aumento del desempleo y descenso del PIB.
Preocupa especialmente la situación en Alemania, tradicional locomotora de la UE, que
lleva meses coqueteando con la recesión técnica, -salió de ella en el segundo trimestre
por la mínima- y con un PIB que apenas remonta tras el COVID. Recordar que
Alemania es el segundo destino mundial de las exportaciones españolas con un 10,44% del total de nuestras ventas al exterior en 2022, mientras que el primer y tercer destino son también países comunitarios, Francia e Italia, con 16,24% y el 8,62%
respectivamente. En conjunto más del 35% de nuestras exportaciones que se pueden ver seriamente afectadas por el enfriamiento de sus economías derivado de la estanflación.
Añadir a ello la propia fragilidad de la economía española por su excesiva dependencia
del sector público, con unas ventas de las grandes empresas que acumulan tres meses de caídas tras el descenso del 0,9% en junio, que encadena también tres meses perdiendo empresas y con una pérdida de autónomos que sólo en agosto ha registrado una disminución 353 autónomos menos cada día.
Mortalidad empresarial y descenso del negocio que se refleja también en el mercado
laboral donde la contratación acumula una caída de 2.596,759 contratos hasta
septiembre, mientras que la productividad volvía a tasas negativas en el segundo trimestre del año, al caer un 1,1%. Confirmando que el empleo que se genera está
asociado a puestos de trabajos de baja calidad.
Y todo esto en un país donde el consumo de los hogares se desacelera de manera
evidente, igual que las exportaciones. De hecho, la economía española registró su
segundo peor déficit comercial en más de diez años – 21.323 millones en los siete
primeros meses de este año-, lo que se une a un elevadísimo déficit fiscal y una deuda
que, según el Banco de España, crece a ritmo de 4,8% anual.
Un país donde el precio del aceite ha subido un 52%, la gasolina está en máximos, la
Seguridad Social tarda dos meses en dar cita, y el último informe de la OCDE muestra
que tenemos el gobierno que más ha subido los impuestos, el que más grava fiscalmente los salarios y el que tiene la mayor tasa de paro de todos los países desarrollados. Y la sociedad civil anestesiada. Y con estos datos, la vicepresidenta primera y ministra de Economía nos dice que la economía española “está demostrando más que nunca su fortaleza”. Merecemos un gobierno que no nos mienta. ¿Se acuerdan?
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