El Banco Central Europeo hizo los deberes la semana pasada, aunque quedaron escondidos tras la cumbre de la Unión Europea y, sobre todo, tras el portazo dado por el Reino Unido.
La bajada del precio oficial del dinero hasta el 1%, corrigiendo de esta forma las apresuradas subidas decididas por el anterior presidente del BCE, el francés François Trichet, y la barra libre de liquidez con subastas a tres años de plazo, reducción del coeficiente de caja y menores exigencias de la calidad de la deuda que avala los préstamos, constituyen toda una panoplia de nuevas herramientas cuyo único objetivo es garantizar que los bancos europeos no sufrirán la ‘sequía’ de los mercados financieros.
Otra cosa muy distinta es que realmente ayuden a evitar la recesión que parece que se acerca y sirvan para relanzar el crecimiento económico en toda la zona euro.
La primera medida, la reducción de un cuarto de punto en el precio del dinero al que el BCE presta a los bancos, tendrá un efecto inmediato sobre las cuentas de resultados de todas las entidades, al abaratarse su coste de financiación. Para la banca española, y calculando que la apelación al BCE siguiera siendo la misma, el ahorro de costes alcanzarían los 220 millones de euros. Pero lo razonable es que aumente dicha apelación y se reduzca en parte la ‘guerra del pasivo’ que las entidades mantienen y que beneficiaba a los depositantes.
La menor inmovilización de liquidez en las arcas del BCE, debido a la reducción del coeficiente de caja, liberará recursos que podrán ser colocados en activos más rentables, aumentando de esta forma los ingresos financieros de las entidades. En el caso español, y suponiendo que no se utilicen para conceder créditos a la iniciativa privada (que tienen una remuneración mayor) sino que estos excedentes se coloquen en deuda pública a corto plazo, los mayores rendimientos superarían los 400 millones de euros.
Las cuentas de resultados de las entidades deberían sufrir, por el contrario, un cierto deterioro por el lado del activo ya que buena parte de sus créditos son a tipo variable y referenciado al precio del dinero, lo que debería abaratarlos. Es lo que pasa con los créditos hipotecarios que, al menos en España, están mayoritariamente relacionados con el Euribor que se mueve en la misma tendencia que lo hace el precio del dinero, aunque en los últimos tiempos sus variaciones son menos acusadas que éste y por lo tanto el ajuste a la baja es menor.
En condiciones normales, las medidas adoptadas por el BCE deberían estimular la concesión de crédito al sector privado de la economía, al resultar inicialmente más barato, pero es bastante probable que, en las circunstancias actuales ello no se produzca, al menos en lo que se refiere a la economía española.
Un recurso más barato empuja, normalmente, a un mayor consumo. Es lo que ha pasado siempre. Pero ahora las circunstancias han cambiado radicalmente. La primera razón es que tanto las empresas como las familias y también las entidades financieras, tienen un elevado nivel de endeudamiento que vienen reduciendo desde el inicio de la crisis al mayor ritmo que pueden. La demanda de crédito es, por tanto, escasa.
Las entidades financieras, además, señalan, que la calidad de dicha demanda de financiación no es especialmente buena y que, por lo tanto, o bien no la atienden o bien ponen unas condiciones tan estrictas que es muy difícil cumplirlas. El resultado es el mismo: el crédito no solo no crece sino que disminuye año tras año.
Además, las autoridades de supervisión europeas han decidido endurecer la relación entre recursos propios y activos en riesgo exigiendo mayores dosis de capital para el mismo volumen de créditos. La manera de alcanzar la nueva proporción pasa o por aumentar el denominador, el capital de las entidades, o disminuir el numerador, reduciendo los activos en riesgo.
El dinero dispuesto a colocarse en capital bancario europeo escasea y por eso las entidades ponen más el acento en reducir sus riesgos.
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