Si en la política española quedara todavía un mínimo resquicio para la sorpresa, resultaría sorprendente la insistencia de Vox y Ciudadanos en instar a Núñez Feijóo a presentar una moción de censura contra Pedro Sánchez siendo conscientes, o lo que es peor ignorantes, de que hoy, con la composición del mapa político vigente, esa censura se convertiría en un bumerán contra el partido y el candidato proponentes.
Una censura trampa y que sería a mayor gloria de Sánchez porque como bien saben en el Partido Popular el actual reparto de escaños en el Congreso de los Diputados y la solidez de la alianza Frankestein, fortalecida por el sometimiento del presidente del Gobierno y las cesiones a sus aliados independentistas y filoterroristas, hace completamente imposible que la moción salga adelante, produciendo el efecto contrario al que se pretende.
En el mejor de los casos el candidato alternativo obtendría únicamente 155 votos a favor y eso añadiendo a la suma de PP+Vox+Ciudadanos los dos de Navarra Suma y uno de Coalición Canaria y del Partido Regionalista de Cantabria. Es decir, quedaría a 21 sufragios de la mayoría necesaria, reforzando así la persona y las políticas de un Pedro Sánchez que vería, además, legitimadas sus tropelías legislativas y su asalto a las instituciones por el refrendo del Parlamento que, todavía, sigue representando la soberanía popular.
Si Vox y Ciudadanos quieren, de verdad, contribuir a acabar con Sánchez y la actual pesadilla del gobierno, los primeros deberían de dejar de atacar y poner palos en las ruedas de Feijóo y de las comunidades y ayuntamientos donde gobierna el Partido Popular para apoyar una candidatura fuerte y sólida del centroderecha. Mientras que los naranjas darse cuenta de que lo mejor que pueden hacer es certificar de una vez por todas la defunción de un partido muerto cuyos estertores, caso de concurrir a los comicios, sólo favorecen a Sánchez y a los suyos por los efectos de la Ley D’Hondt, que perjudican a la división. Recordemos, además, que su líder Inés Arrimadas, después de ganar las elecciones autonómicas en Cataluña no tuvo la gallardía y el coraje de presentarse a la investidura para evitar ser derrotada por la suma de los nacionalismos.
A esto se añade que los precedentes no invitan precisamente a intentonas kamikazes. En los 44 años de legislaturas democráticas de este país sólo una moción de censura ha salido adelante, precisamente la de Pedro Sánchez contra Mariano Rajoy. Y lo fue gracias a la traición del PNV, que como suele ser habitual se vendió al mejor postor prescindiendo de ideología y de principios. El resto todas un fracaso. Recordemos lo casos de Hernández Mancha, que se vio defenestrado y arrinconado tras el fiasco, o la más reciente e irrelevante de Santiago Abascal.
Sólo la de Felipe González contra Adolfo Suárez tuvo un resultado positivo a posteriori pese a la derrota, pero eran otros tiempos y sirvió para desterrar las dudas sobre la capacidad un líder y un partido para gobernar España con coherencia, sentido de Estado y respeto a las instituciones. Es decir, todo de lo que hoy carece el sanchismo gobernante y lo que queda del PSOE.
Y ni siquiera este argumento es válido en los momentos actuales, donde las ambiciones personales y partidistas prevalecen sobre los intereses nacionales y donde el sentido del Estado de quienes detentan la mayoría en el Legislativo ha sido sustituido por el egoísmo y el frentismo. Por muy brillante y cargado de razones que pudiera estar Núñez Feijóo, en política, como en el fútbol no gana el que mejor juega, sino el que mete más goles. Y, como decía el llamado Sabio de Hortaleza, el genial Luis Aragonés, las finales no se juegan, se ganan, y de los perdedores no se acuerda nadie.
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