Reflexiones fuera de jornada

24/11/2011

diarioabierto.es.

Me da que en el trasfondo de la cita entre Zapatero y Rajoy en Moncloa late, por ese orden, un ‘de la que me he librado’ y un ‘en la que me he metido’. Si de la necesidad se hace virtud ambos han hecho de la crisis el andamiaje de una complicidad personal que antes no existía. Cuando el hincha de un equipo ve desolado al contrario disfruta tanto de su pesar porque nadie como él sabe por lo que está pasando. La traslación política de este maximalismo emocional viene a ser similar. Acaso por ese reto mayúsculo de sacar al país del atolladero, el presidente electo ha vuelto a sumirse en el silencio aunque habrá que convenir que con los humos que se gastan los mercados y la prima de riesgo hasta un charlatán de feria se queda sin palabras. No hay que olvidar que la confianza que han demostrado las bolsas en el futuro gobierno debe estar a la altura de la que tenía Esperanza Aguirre en el señor Granados.

Y la confianza no es asunto menor para quien la enarboló como bandera de mitin en mitin sin detallar si se refería a la que se debía depositar en su programa de gobierno o a la que había que tener a la hora de comprarle un coche de segunda mano. Por mucho que se resista, a estas alturas don Mariano ya es consciente de que tiene que gobernar. Y lo hará sin haber dado demasiadas pistas lo que, guste o no, convierte en más humillante la debacle socialista. Que te voten sin apenas conocer los fundamentos concretos de la decisión delata que en el 20-N lo malo conocido no ha resultado prevalente. Es decir, que hacerlo peor resultaba casi imposible. Después de tanta disección electoral poco queda por aportar salvo, quizás, la mayor obviedad cual es que la derecha arrasa en tiempos de indignación social y que la reflexión de la izquierda, y aludo a su pluralidad no vaya a ser que unos se depriman por el batacazo y otros se emborrachen por un supuesto éxito, debe prorrogarse mucho más allá de esa jornada que marca la ley en las vísperas de elecciones.

Y a esas cavilaciones tampoco deberían ser ajenos aquellos ciudadanos que se tienen por apolíticos pero que luego, con toda la razón, se quejan si tardan en operarles o si a sus chavales les quitan a un profesor del colegio. Estar en contra de eso ya es mojarse y uno sospecha que, con la que nos espera, hasta quien no tenga esas inquietudes habrá de pronunciarse. El camino de los recortes a la catalana ilumina ya las conciencias si bien tampoco conviene solapar que ello no ha impedido a quien los acomete mejorar su cosecha electoral. Por tanto no se puede tildar de delirante que las mayorías silenciosas tengan por discutible aquello que algunos, entre los que me incluyo, elevamos al altar de los axiomas. La defensa de lo público se articula pues como algo más pendiente de apelar al convencimiento que a la víscera. Lo malo es que también temo que se echará en falta cuando, poco a poco, la devastadora política neoliberal, tan fracasada como vigente, nos lo hurte con mayor o menor descaro. Eso sí, cuando ocurra, que cada palo aguante su vela. Incluido Rajoy aunque no quiera.

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