La cúpula socialista se queja de la desmovilización de su militancia ante las negras perspectivas que se le avecinan. No contemplan, al menos en público, que su gestión en el gobierno ha sido algo menos que decepcionante para sus seguidores, que sus promesas incumplidas son numerosas, que su supuesto progresismo está muy lejos de contentar a los progresistas.

Tampoco sus socios de gobierno parecen satisfechos con los resultados de su labor y la derechización de algunas de sus medidas y en este caso la lealtad de los socialistas es manifiestamente mejorable. Ya preveía Pablo Iglesias cuando entró en el gobierno que Podemos se tendría que tragar muchos sapos, pero no pensó que fueran tantos ni pensó que el acuerdo pudiera ser el abrazo del oso.

También ha decepcionado a los partidos que con sus votos posibilitaron su investidura, engañándolos una y otra vez con el argumento que si no aceptaban su juego venía la derecha. Sólo el PNV ha sido capaz de rentabilizar sus apoyos mientras las otras formaciones se tragaban sus engaños.

No ha sabido –o podido– despolitizar la justicia ni ha tratado de reformar, pese a los consejos que reciben de las autoridades europeas.

Se han llenado la boca con la palabra diálogo, pero a la hora de la verdad han quedado en palabrería hueca sin saber que hacer con Catalunya (y no se ha agravado el problema gracias a los enfrentamientos internos del gobierno catalán), así como sus promesas de paliar el déficit de inversiones del estado en Catalunya.

Tampoco ha sabido aprovechar la perita en dulce que representaba tener a Pablo Casado como jefe de la oposición, más bien al contrario ha entrado en su juego.

Quizás ahora recoge los frutos de la máxima de Abraham Lincoln cuando decía “puedes engañar a todo el mundo durante un tiempo, puedes engañar a algunos todo el tiempo, pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo”.

Ahora el Pedro Sánchez que recuperó la secretaría general después de su defenestración y regresó como “el deseado” está recogiendo los frutos de lo que muchos de sus simpatizantes consideran un fraude, y no precisamente los del ala derecha.