“La verdad es la verdad, la diga Agamenon o su porquero” escribió Antonio Machado bajo la careta de Juan de Mairena. Esta cita viene a cuento a raíz de las descalificaciones que reciben en España determinadas personas incómodas para el sistema.
Las justificaciones para evadir el problema que altos cargos dan ante las denuncias de algunos son taxativas: “a quien va a creer usted a un ministro o a un delincuente”. Seguro que esta frase la habrán oído un montón de veces como argumento de peso.
Sin embargo las afirmaciones de determinados personajes – estos pensando en el comisario Villarejo y sus famosas grabaciones – no dejan de tener una pátina de credibilidad por mucho que lo desmintieran, desmientan o desmentirán. ¿Cuantas veces hemos visto como se negaba una operación de Estado contra los nacionalistas catalanes? ¿Cuantas veces nos han dicho que los servicios secretos se mueven en la más estricta legalidad? ¿Cómo se justifica que con el permiso de un juez se puedan pinchar los teléfonos de abogados o políticos? ¿Que controles existen para evitar que “el fin justifique los medios” aunque se cometan no pocas irregularidades?
Supongo que ni los patriotas más radicales se deben encontrar cómodos con la imagen que están transmitiendo las estructuras de Estado españolas. Otra vez se habla de cloacas y pese a lo que está aflorando aquí no pasa nada y en gratuitas afirmaciones de que España es una democracia ejemplar.
Pocos dirigentes de los grandes partidos se atreven a insinuar que las afirmaciones que hace el comisario Villarejo puedan ser tomadas en consideración y tratar de tomar medidas para solucionar estos agujeros negros de nuestra democracia, por muy problemática que sea la persona que hace estas denuncias y en este caso al ex policía le toca jugar el papel del machadiano porquero, pero no por ello puede dejar de tener razón.
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