Vergüenzas del bipartidismo

10/11/2011

diarioabierto.es.

Ni ser de letras ni haber tenido a las matemáticas por una hemorroide escolar me impide calibrar que a mayor número de opiniones más probabilidades existen de escuchar algo interesante. No siempre, cierto es, pero si el cruce dialéctico sólo es a dos voces se antoja una quimera si, por ejemplo, uno no tiene su noche y el otro no ha cuajado su mejor faena en décadas o viceversa. No digo que así fuera en el cara a cara pero sí que resultó más enriquecedor, dentro de los límites propios del debate político, el contraste de pareceres ─que no de modelo salvo en el caso de Llamazares─ entre los candidatos con grupo parlamentario. Todos hombres, por cierto, por lo que habrá que convenir que la única medida de igualdad visible es que lo cinco llevaban corbata.

Otros, además de ello, alardeaban del aplomo suficiente para hacer suyo el axioma marianista de ‘no hay que gastar más de lo que se tiene’, de lo poco que se le ha entresacado en campaña, y a su vez coger el timón de un Ayuntamiento con poco más de mil millones de deuda y dejarlo para ser ministro, o eso se dice, con más de seis mil. Y eso sin despeinarse ni mudar el gesto al hablar de austeridad. Claro que desde que uno ha visto a Duran i Lleida aprovechar uno de sus recesos en la cruzada antigay para aporrear la batería ya cree que en campaña sólo le queda por ver que a alguien le dé por hablar de cosas que de verdad le importen a los ciudadanos.

Y no aludo en este caso a la desaparición de las Diputaciones que tanto desvela a los españoles desde tiempos inmemoriales sino a tonterías tales como saber si don Mariano o don Alfredo, tanto monta, obligarían a los bancos, en estos tiempos de embargos masivos, a quedarse ‘solo’ con el piso sin tener que crujirte además con lo que queda de hipoteca. Nimiedades que, como tales, ni surgieron entre los activos tóxicos y el lo dijiste que no lo dije que es una trola o, mejor, una insidia que estamos en la tele. Hasta ahí podíamos llegar.  Es posible que Rubalcaba ganara el debate en el plató pero lo que es seguro es que perdió toda credibilidad en el Gobierno.

Y también lo es que esta estrategia a lo Esopo de Rajoy ni se soluciona la crisis ni ya siquiera entretiene como cuento. Que si hay más empleo habrá más consumo y más ingresos para el estado y con ello se asegurara la pervivencia del sistema, como conclusión, para un alumno de la ESO, estaría en el aprobado raspado. Para alguien que aspira a gobernar un país con cinco millones de parados no alcanzaría ni el muy deficiente.  Por tanto, entre la incredulidad que genera un contendiente y las naderías que aporta su adversario el otro debate desenmascaró aún más la milonga de ese bipartidismo interesado que, y he aquí lo más grave e intolerable, se sustenta sobre la perversión de una normativa electoral que permite que se posponga hasta última hora si el representante de la tercera fuerza política más votada en el estado tiene que estar o no presente en un debate a cinco.

Con esa afrenta a la voluntad popular se acudirá a las urnas gracias a la complicidad de  quienes se echan los trastos a la cabeza por la altura que tienen que tener las sillas en el debate pero permiten que la premisa esencial del sistema, ‘un ciudadano, un voto’, sea una broma de mal gusto que beneficia sus intereses aun a costa de enfangar la democracia. Igual, como ellos no cambian la Ley, va siendo hora de que nosotros cambiemos nuestro voto.

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