En estos tiempos en los que, desgraciadamente, la migración está en boca de todos por los devastadores efectos de la invasión de Ucrania por Rusia, son necesarios estudios como el publicado por OBS Business School. Sobre todo, porque evidencian que nada menos que el 20% de la población mundial vive con miedo a morir en conflictos violentos.
Pero hay otras conclusiones igual de preocupantes en el informe ‘Migración pospandemia. Los desafíos de la cohesión social‘, dirigido por dirigido por Juan Manuel Chávez, investigador de la escuela de negocios. Como que la erosión de la cohesión social se ha agravado de manera global en los últimos años, y que se han debilitado los lazos que vinculan a una comunidad.
“Ni los efectos del cambio climático ni la meteorología extrema ni la pérdida de la biodiversidad se han recrudecido tanto en los últimos dos años como el resquebrajamiento de la integración entre las personas”, advierte Juan Manuel Chávez. Esto afecta a los consensos a los que habían llegado las comunidades y al sentido de pertenencia que fueron alcanzando en un barrio, en un distrito, en una ciudad y en un país. En consecuencia, aumentan las discrepancias y crece la crispación, que llevará a algunos a sufrir marginación o desarraigo. “Esta conflictividad de ahora mantendrá su incidencia durante la presente década”, avisa el profesor.
Un dato llama la atención: los migrantes representan el 3% de la población mundial, pero contribuyen al 9% de su PIB.
Aunque el acto de migrar es inherente a la humanidad, lo cierto es que hay épocas en las cuales estas peregrinaciones tienen motivaciones especialmente sobrecogedoras. En 2021 se vieron abocadas a dejar su lugar de origen 84 millones de personas en el mundo.
El estudio destroza tópicos. Las personas de los países sacudidos por los conflictos sociopolíticos y las debacles económicas no se dirigen mayoritariamente a las grandes potencias de Occidente, ya que un porcentaje muy significativo se instala en países que solo son menos pobres que sus lugares de origen.
Tampoco la mayoría de los extranjeros que se buscan la vida en España proviene de África, sino de América Latina y de Europa del Este.
Un dato suscita alarma: solamente el 3,5% de los extranjeros no comunitarios están plenamente integrados en España. Y el 37,7% sufre una exclusión severa.
Antes de la pandemia, el número de inmigrantes en España superaba los seis millones de personas, que procedían, sobre todo, de Marruecos, Rumania y Ecuador. Hay un 4,52% más de mujeres que hombres. Pero las cifras de 2021 muestran que su integración no es la adecuada: mientras un 45,7% de los nacionalizados españoles tiene una integración plena, esta cifra es del 37,9% entre los extranjeros comunitarios y solo del 3,5% cuando hablamos de extracomunitarios residentes en España.
Supone un reto para España afianzar los programas de integración de colectivos que, además de numerosos, son muy diferentes entre sí por su diferente procedencia. El objetivo es favorecer la convivencia de culturas e identidades que enriquezcan con su diversidad, asegurándolo de persona a persona.
En este sentido, el profesor Chávez opina que queda mucho por construir para que confluyan la oportunidad y la seguridad en torno a los desplazamientos internacionales: la peligrosidad en los pasos de frontera, los interrogantes sobre el tratamiento a quienes buscan refugio, el efecto que producen los discursos del poder político y mediático frente al extranjero; “incluso, hay un planeamiento urbano que podría favorecer la cohesión de lo diverso”, indica.
El profesor Chávez no duda en calificar a la sociedad española de acogedora: “Si la acogida implica ese recibimiento que brinda ayuda y protección a los forasteros que han llegado, puede afirmarse con seguridad que la sociedad española, persona a persona, tiene esta disposición hacia lo diverso y lo extranjero”. Muestra de ello es que, con una población foránea que fluctúa entre los 5 y 6 millones de personas provenientes de diferentes culturas, no existen grandes conflictos, como sí ocurre en otros países.
Tratar la migración es abordar y afrontar un amplio espectro de problemáticas que jamás se limitan a las cuestiones evidentes de la pobreza, la violencia o el deseo de mayor prosperidad, sino que tienen que ver con aspectos de accesibilidad general y de organización comunitaria; incluso toca las fronteras del machismo y del ecologismo.
El presidente de Ucrania, día tras día, ha reclamado el apoyo internacional contra la salvaje invasión rusa del territorio y lo ha hecho apelando a su condición de europeos. Con ello ha logrado que Europa reaccione a su favor como no lo hizo con refugiados de Afganistán el año pasado, o de Siria hace poco más de un lustro. “Esos discursos, claros y apelativos, han enfatizado un sentido de identidad europeo y ante ello, no cabe la indiferencia, pues las palabras han hecho a todos sentir que es uno nosotros quien clama por ayuda”, opina Juan Manuel Chávez.
Sin embargo, en la humanidad gana siempre la ley de la inercia y los volúmenes que se magnifican, como la reacción de apoyo y protección a los refugiados de Ucrania, regresarán a su dimensión convencional con el paso del tiempo. “Cuando decaigan las exhortaciones a los valores y supremacía de lo europeo, es probable que decaiga también la prontitud con que se desarrolla la acogida de extranjeros”, advierte Juan Manuel Chávez.
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