Ha concluido el debate electoral y los dos candidatos y sus respectivos seguidores se muestran contentos y satisfechos. Cada uno ha logrado sus objetivos: Rajoy mantener su calculada ambigüedad y Rubalcaba sembrar dudas sobre el programa oculto del PP y recortar la gran distancia que, según las encuestas, le separaba de su oponente, pero el elector no alineado sigue desencantado y con grandes incertidumbre de futuro.
Rajoy acudía al encuentro dispuesto a no dejarse sorprender y, por supuesto, a no mojarse, actitud llevada hasta el extremo de pronunciarse, reconocer y explicar ni siquiera las citas textuales de su programa electoral. Continuamente se refugiaba en declaraciones genéricas, subrayando las evidentes consecuencias de la crisis económica, especialmente las referidas al desempleo, y criticando, por supuesto, la actuación del Gobierno de Rodríguez Zapatero, sin formular ninguna propuesta de acción para el futuro.
La receta de Rajoy pasa por la contención del gasto y el control del déficit, fiando la solución de todos los problemas a la reactivación de la economía y a la creación de empleo, pero sin aportar una sola idea de cómo aborda la consecución de ese objetivo a corto plazo, cuando no hay recursos para financiar inversiones, el consumo interno está por los suelos y el modelo económico español no ha superado sus insuficiencias estructurales. En todo caso, y aunque le pese, este modelo peca de un cierto continuismo con las políticas aplicadas por el Gobierno en los últimos años y que son las que nos han conducido a la situación actual.
En cambio, Rubalcaba, obligado a arriesgar, se separa de las corrientes dominantes en el entorno europeo y propone conciliar los necesarios esfuerzos de austeridad y control del gasto con políticas activas de crecimiento, aplazando en el tiempo la consecución de los objetivos de déficit, de acuerdo con las instituciones de la UE.
Los esfuerzos reiterados e incisivos del candidato socialista por obtener alguna concreción de Rajoy sobre las propuestas que figuran en su programa electoral fueron vanos. El candidato popular se refugiaba en la lectura de los textos preparados de antemano por sus colaboradores y resistía impertérrito la presión. Con todo, la sombra de que el PP tiene un programa oculto planeaba en el ambiente. El programa dice de forma vaga lo políticamente correcto para contentar a los poderes fácticos que confían en Rajoy, pero esto no se puede trasladar al elector, posible víctima de esos postulados, que, de conocerlo, podría pensarse el sentido de su voto. La ambigüedad permite nadar entre dos aguas y que cada parte entienda aquello que mejor la convenga.
De todas formas, con un electorado escéptico y desencantado, no importa lo que lo que propongan los programas. Los fieles, los convencidos, votarán a sus respectivos partidos en todo caso; algunos explorarán el voto de castigo acudiendo opciones minoritarias; otros pasarán a engrosar la abstención o el voto en blanco y, finalmente, algunos otros se decantarán por el relevo de nombres y siglas, por lo que pueda pasar.
Pero, en definitiva, la mayoría de los electores, al igual que los candidatos, saben que de la crisis saldremos cuando toque y que, lamentablemente, el Gobierno, el que sea, no podrá hacer lo que quiera, sino lo que digan e impongan los mercados y las instituciones financieras internacionales. Así que paciencia y a esperar el milagro.
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