Una sátira sobre la corrupción

04/02/2022

Miguel Ángel Valero. En "Las ilusiones perdidas", Xavier Giannoli adapta la novela de Balzac para describir muchos de los males del periodismo de hoy y de siempre desde una sala de redacción de 1830.

‘Illusions perdues’ (2021, 144 minutos), dirigida por Xavier Giannoli con guión, además, de Jacques Fieschi, y fotografía de Christope Beaucarne, es una inteligente adaptación de la obra homónima de Honoré de Balzac, que fue publicando entre 1836 y 1843.

Protagonizada por Benjamin Voisin y Cécile De France (cuenta también con el papel más sobrio y punzante de toda la trayectoria de Gérard Depardieu), narra como Lucien se muda a París para triunfar como poeta de la mano de su protectora, mecenas y enamorada, una aristócrata. Encuentra el éxito, pero no como poeta, sino como crítico literario y columnista de sociedad, con crueles y demoledores retratos.

La película, que deslumbró en el último Festival de San Sebastián y que llega a los cines españoles de la mano de A Contracorriente Films, convierte una historia romántica, la fuga de dos enamorados al París de la primera mitad del siglo XIX, en una feroz sátira sobre la corrupción y la capacidad de autodestrucción que tiene el ser humano, lo fácilmente que saltan por los aires las ilusiones y la integridad de una persona.

El aspirante a poeta se encuentra en una ciudad donde los periódicos venden al mejor postor sus columnas de opinión y sus críticas, donde «puedes comprar cualquier cosa» y  a eso lo llaman «el progreso», como asegura el joven editor del periódico (Vincent Lacoste) que le ayuda a triunfar.

El gran mérito de Giannoli es transformar el fulgurante ascenso (y su no menos estrepitosa caída) de Lucien en el periodismo en un grotesco espectáculo, con una manada de patos  (las noticias falsas, ya en en el siglo XIX existían las ‘fake news’ son llamadas “canards”, pato en francés) paseando por la redacción, mientras el editor se pasea con un mono subido sobre un hombro, que es el que elige los libros de los que se publicarán comentarios.

Giannoli también acierta en un preciosista acercamiento al oropel del París de la aristocracia, en contraste con la situación del pueblo llano, y en una narrativa que mantiene la película en constante movimiento.

Es una película que muestra la mercantilización de la información, el sensacionalismo del periodisimo, la corrupción política, la destrucción del criterio individual por la tiranía de las modas, la especulación inmobiliaria. Un retrato de mitad del siglo XIX que se parece mucho a la actualidad, lo que demuestra que «no hay nada nuevo bajo el sol», pensamiento recogido en el Eclesiastés (capítulo 1, versículo 9), y atribuido al rey Salomon, Y que también corrobora que para entender el mundo de hoy no hay nada como leer a los clásicos.

La película de Giannoli sabe recuperar el discurso social y el crudo retrato sobre la prensa, la crítica literaria y el teatro originales del genial autor francés. Muestra cómo trabaja el periodismo sensacionalista y cómo el poder hace un uso político de los medios de comunicación para dictar las opiniones del pueblo.

De alguna manera, Giannoli describe muchos de los males del periodismo (de la sociedad, en definitiva, de la condición humana) de hoy y de siempre desde una sala de redacción de 1830, entre litros de vino y nubes de humo de hachís, empresarios teatrales y directores de editoriales sobornando periodistas, la claque que aplaude o abuchea un  estreno en función de lo que haya cobrado.

«Las ilusiones perdidas» es también la crónica de cómo se destroza a una persona, como ella misma contribuye a esa fulgurante destrucción, mientras se evidencia la diferencia de clases, y la sumisión del arte al poder del dinero.

 

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