Si alguien tenía aún dudas sobre la irrelevancia de España en el escenario internacional sólo tiene que repasar la relación de mandatarios con los que el presidente de EE UU Joe Biden se reunión el pasado lunes por videoconferencia en respuesta al refuerzo militar de Rusia en la frontera de Ucrania y dentro de “la estrecha coordinación con nuestros aliados y socios transatlánticos”, en palabras de la Casa Blanca.
Allí estaban la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen; el presidente del Consejo europeo, Charles Michel; el presidente francés, Emmanuel Macron; el canciller alemán, Olaf Scholz; el primer ministro italiano, Mario Draghi; el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg; el presidente polaco, Andrzej Duda y el primer ministro británico, Boris Johnson. ¿Y nuestro Pedro Sánchez? Ni estuvo, ni se le esperaba, ni le habían invitado.
A pesar de ser el primero en ofrecerse y enviar tropas a la zona de conflicto para congraciarse con el “amigo” americano, la España de Sánchez no pinta nada en Europa ni en el mundo. Recordemos que tampoco fue invitado a la cumbre europea convocada por Macron para coordinar la lucha contra el terrorismo yihadista. Porque nadie en Europa y en el mundo se fía de un presidente y de un Gobierno cuya palabra ha demostrado carece de la mínima credibilidad, que pacta y tiene como socios parlamentarios a independentistas, a enemigos de la unidad del Estado y del orden constitucional y a los herederos de los terroristas, que carece de política exterior y que tiene sentados en el Consejo de Ministros a populistas y comunistas partidarios del autócrata Putin, que aplauden sus ambiciones imperialistas y que son amigos y colaboradores de las dictaduras bananeras de América Latina, especialmente con el Tirano Banderas venezolano, Nicolás Maduro, a la cabeza.
Una desconfianza y un desprecio que ha llevado a Estados Unidos a desplazar a España como socio preferente en el Mediterráneo, en beneficio de un Marruecos cada vez más envalentonado y reforzado política y militarmente, con las consecuencias que ello puede tener sobre nuestros intereses económicos, pesqueros, de seguridad, emigración y territoriales con el reino alauita. No olvidemos que Rabat no ha renunciado a sus ambiciones soberanistas sobre Ceuta y Melilla, ciudades españolas que están fuera del ámbito de intervención de la OTAN.
Y como añadido a esta irrelevancia y falta de credibilidad internacional, pero no menos importante, nos encontramos con la amenaza de una nueva y más dura crisis energética, servida en pleno invierno por las tensiones entre Rusia y Ucrania y que se traduciría en una fuerte subida de los precios que los expertos consideran de “consecuencias incalculables en un entorno de ya muy alta inflación a nivel mundial”.
Rusia es el país con más reservas de gas en el mundo gracias a las instalaciones de la península de Yamal, en el norte del país, que contiene unos 4,9 billones de metros cúbicos de reservas de gas, más del doble que todas las reservas de la UE estimadas en 1,9 billones. Mientras, España está entre los diez países más dependientes de importaciones de gas, con datos de Eurostat, aunque nuestro principal suministrador de gas no es Rusia, sino Argelia que nos envía el 29% de los aprovisionamientos. Y esto conduce a una segunda derivada, dado que Argelia es un firme aliado de Moscú y mantiene un conflicto permanente con Marruecos.
De momento, el precio del gas ha subido ya un 27% desde los 71,90 euros/MWh el pasado jueves hasta los 9,1,50 euros en línea con el 20% de aumento que refleja el precio del mercado diario de gas en Europa (TTF) para entrega en febrero, y un informe de JP Morgan avanza ya que el precio del petróleo se va a disparar hasta 150 dólares el barril este verano, un 100% más sobre el precio promedio del cuarto trimestre de 2021, al tiempo que el PIB mundial se reduciría un 1,6%, que en España se traduciría en un crecimiento de sólo el 5,8%, 1,2 puntos porcentuales menos que las previsiones del Gobierno. Pues eso, desprestigiados, irrelevantes, amenazados y más pobres. ¡País!
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