Empezando por la monarquía. Una forma de Estado que parece cada vez más cuestionada por una parte muy significativa de ciudadanos y que ve que el respaldo lo obtiene de los partidos de la extrema derecha (aunque se autodefinan de centro) mientras los socialistas – por los cargos que ocupan- se ven en la obligación de defenderla, esto sí, con la letra pequeña e impidiendo que el tema se aborde en sus congresos.
Seguimos con la Constitución, que lejos de ser la ley que nos dotamos todos los españoles es un texto que sólo han votado los jubilados y su texto ha quedado obsoleto gracias a sus constantes interpretaciones que lo han hecho de goma según determinados intereses que lo alejan del espíritu de sus redactores. Además es una ley bastante imperfecta que hoy en día crea más problemas de los que resuelve, empezando por lo difícil que es lograr mayorías para reformarla o buscar soluciones para renovar unos órganos cuando un partido los decide boicotear. No es aventurado señalar que hoy cada día menos españoles se sienten identificados con el uso que se hace de este texto.
Pasemos por el Tribunal Constitucional. Es cierto que últimamente tiene mucho trabajo por que se ha convertido en una instancia de apelación y es cierto que sus sentencias tardan en pronunciarse, algunas por exceso de trabajo y otras muchos sospechan que lo hacen para impedir recurrir a tribunales europeos. Ademas la reciente elección de los miembros propuestos por el PP ha hecho sonrojar a no pocos. Curiosamente las sentencias acostumbran a ser previsibles pese al tiempo que tardan en dictarlas y no coinciden precisamente con planteamientos progresistas.
Y si vamos con el Tribunal Supremo o la Audiencia Nacional con demasiada frecuencia transmiten la sensación de que más que impartir justicia se han erigido en salvadores de la patria (como hacen los llamados partidos constitucionalistas) y tras su férrea defensa de la división de poderes no dudan en invadir competencias del poder ejecutivo, destituyendo presidentes, inhabilitando políticos y censurando debates parlamentarios, además de dar una interpretación muy sui generis de la incompatibilidad sobrevenida o de la inmunidad parlamentaria.
Prosigamos con el Ejército. Otra vez, como en los meses que precedieron al golpe de Tejero, se oyen voces de altos militares que una vez jubilados se muestran muy críticos con el gobierno actual, algo que no recuerdo que hubieran hecho cuando gobernaba el PP. No creo que haya la sensación de la existencia de ruidos de sables, pero…
Finalmente, para no hacer el texto más largo, los cuerpos policiales. Las actividades de los centros de inteligencia para muchos son tan inquietantes como secretas y dan la sensación que están creando un estado paralelo. Mientras las actividades policiales más públicas (como son los cuerpos especiales) alarman a muchos y sus atestados a veces parecen películas de indios. Ahora se indignan por que el Gobierno pretende reformar la ley mordaza, pero con ello no hace otra cosa que acabar con el secretismo y ajustar su actuación a lo reglamentariamente estipulado. Sentirse amenazado por tomar imágenes de sus actuaciones en manifestaciones cuando van tapados y protegidos hasta las orejas parece, como decían algunos, el que “se nos deje actuar”.
En definitiva, cada vez hay más personas que desconfían de nuestras instituciones y esto es grave para el país, aunque algunos partidos se sientan más patriotas por defender esta situación.
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