Julieta desnuda

16/11/2010

Daniel Serrano.

La Julieta del título fue amada, hace años, por un Romeo rockero, hoy sumido en el olvido salvo para los componentes de una secta surgida en la penumbra de la red, donde todo culto planetario es posible. La última novela de Nick Hornby, Juliet, desnuda comienza dibujando una certera caricatura de los Verdaderos Creyentes de la Religión del Rock, esos templarios que unen sus destinos virtuales en la difusa trama de internet con el objeto de adorar a una deidad caída. La minoría de la minoría tiene su instrumento en la red y traza mitologías absurdas, tal y como Hornby nos cuenta, y un borracho enamorado que una vez tuvo un arrebato de talento es convertido en Genio Total y Absoluto por un puñado de convencidos que retroalimentan su fe mediante invenciones. Y que, incluso, peregrinan al lugar donde meó el ausente, el rockero que eligió el silencio y del que nunca más se supo.

En un váter sagrado arranca Juliet, desnuda y en seguida tenemos sobre la mesa los siguientes elementos: una pareja en crisis, atravesando la difícil barrera de los cuarenta años como si tuvieran veinte (es decir, sin pensar en el futuro, sin descendencia a la vista, él encallado en su obsesión por el Mito, ella asumiendo que lo único que les une, a la postre, es el puro hábito de estar juntos), y un rockero que acumula ex amantes, prole problemática y un pasado que aborrece y que unas decenas de pelmazos se empeñan en mantener vivo a través de una patética web.

Y los caminos de esos tres personajes se cruzan, inevitablemente.

Y Nick Hornby se nos vuelve a mostrar divertido, maestro del sarcasmo, habilísimo retratista de juveniles cuarentones sin ganas de madurar, apasionado de la cultura pop, diestro para la descripción de un impagable escenario: una ciudad británica costera, lluviosa e imposible como destino turístico que, sin embargo, lo fue, un Brighton de segunda de cuando la clase trabajadora de las islas todavía no volaba a la Costa Brava de vacaciones.

Con todo ello, ¿qué tenemos? Juliet, desnuda. Una novela que promete tanto y (¡ay!) no acaba de cuajar. En sus primeras páginas la disfrutamos como si estuviéramos, de nuevo, ante Alta fidelidad, aquella delicia. A partir de la mitad, el asunto se va complicando y da la impresión de que Hornby no sabe muy bien hacia dónde quiere dirigirse. Y, en el desenlace, percibimos cierta precipitación e incapacidad para cerrar virtuosamente todos los frentes abiertos.

– Fuck!

Murmuramos al cerrar la novela.

– Al viejo Nick, esta vez, no le ha salido bien la aventura.

Y, sin embargo, pasados unos días, reposada la lectura, comenzamos a ver las cosas con otra perspectiva. Y nos gana la indulgencia. Porque, en realidad, hay muchas, muchísimas virtudes que destacar en esta obra fallida. Nadie es perfecto, qué demonios. Ni siquiera el viejo Nick. Pero ¿no es cierto que resulta conmovedor el patetismo de ese Adorador del Rockero Desconocido que, pese a los años, sigue sumido en el desconcierto adolescente de todo fan? ¿No nos reconocemos acaso en esa zozobra que hiere con el paso del tiempo, cuando en pareja no alcanzamos a distinguir bien el amor de la rutina? ¿No nos conmueve la tierna galería de secundarios que proliferan en el texto, capaces provocarnos a cada momento una sonrisa? Pues entonces. Qué caramba. Sí, puede que Juliet, desnuda no sea un libro redondo. Pero nos da mucho más de lo que otros, con más grandilocuencia, ofrecen. Así que prueben. Tampoco perderán mucho.

(Y, por cierto, Marie Slim Browning, Andante, qué bueno que sigan ahí. Como podrán comprobar, hasta a un cínico de mi calibre le consuela saber que, en la soledad cósmica de la red, el mensaje en la botella que uno lanza llega a alguna parte).

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