Después del ímprobo esfuerzo por comprender qué se juega la Unión Europea en estas cumbres que, de tan elevadas, mi intelecto nunca alcanza, he evocado con nostalgia esos tiempos tan felices en los que de Bruselas sólo conocíamos las coles o los mejillones si al menos tenías cuarto de hora de bachillerato. Cuando uno intenta bucear entre informes de la Troika, quitas de bonos griegos, Ecofines, fondos de recapitalización o estabilidades financieras colige que su ignorancia es grande pero nada comparable con su cangüelo. Debe estar la cosa tan chunga, y excusen este vocabulario tan poco comunitario, que del posado de esta foto de familia ni siquiera se espera a Berlusconi dando una colleja a Sarkozy o contando un chiste verde a la Merkel. De hecho anda Il Cavaliere más preocupado por salvar su gobierno que por agenciarse unas velinas. Ese sí que es un termómetro fiable, y no el Eurobarómetro, de la gravedad extrema a la que hemos llegado.
Desde esta proverbial indocumentación que me ha permitido ganarme la vida con cierta holgura como periodista y hasta tertuliano, digo y mantengo que no entiendo nada. He leído con estupor las cifras que se manejan para inyectar pasta gansa a los bancos y me he tenido que tomar una aspirina por el dolor de cabeza que me ha procurado tanto cero. No sé fuera de España, que uno es poco viajado por aquello de quien quiera verle que venga a casa, pero aquí encontrar una entidad financiera que haya declarado números rojos es tan raro que deja al perro verde a la altura de un común caniche.
No en vano, hace tan sólo unas semanas, un banco calificaba de ‘momento complicado’ el cierre de su tercer trimestre de ejercicio. No era para menos. Sus beneficios se habían quedado a dos millones de los 300 millones de euros. Habrá que convenir que quedarse tan cerca del redondeo es una faena intolerable. Cómo será la situación de crítica que, como las penas con pan son menos, la cúpula directiva del sector se ha visto abocada a subirse casi el 50% sus sueldos en plena crisis, el doble que sus beneficios, y eso sin que se haya planteado la necesidad de revisar el Código Penal para prevenir estas provocaciones.
Lo único que despierta esta catástrofe financiera, además de una gran pesadumbre por el mal trago de los consejeros delegados, es la curiosidad de averiguar qué adjetivo emplearían (si a ganar cientos de millones lo consideran una coyuntura hostil) en el caso de que tuvieran que llegar a fin de mes con una pensión como la de mi señora madre. Por cierto, esa misma pensión que sugieren recortar en sus informes porque resulta de todo punto insostenible para el mantenimiento del sistema. Por si no lo sabía, que por eso no le invitan a estas cumbres, de lo que se trata es de eso. Hay que salvar al sistema, hay que salvar el euro y hay que salvar a los bancos. Y dicho esto hay que ser muy enrevesado para preguntarse que quién se ocupa de salvar a los ciudadanos.
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