Nunca imaginé que la derecha fuera a autodestruirse incluso más allá de la política. Me refiero a la autodestrucción en términos de credibilidad y de prestigio. Así se expresaba el periodista y profesor universitario Rodrigo Salazar Zimmermann, al comentar las pasadas elecciones en Perú. Palabras que bien puede aplicarse aquí y ahora al Partido Popular de Pablo Casado que, con el barco del PSOE a la deriva, navegando ellos con el viento de las encuestas a favor, y cuando todos deberían juntos y sin fisuras desde la propia dirección se dedican a intrigar desde dentro y anteponer sus intereses personales a la prioridad de construir una alternativa seria, fuerte y con posibilidades ciertas de llegar a La Moncloa.
Pero siendo esto verdad también lo es que las tendencias hay que consolidarlas, que a dos años vista de la convocatoria de unas generales cualquier error puede hacer cambiar el viento y que las mayorías sólo se consiguen con trabajo, conectando con los problemas y las aspiraciones de los ciudadanos, además de ofreciendo garantías de eficacia y de gestión.
Las maniobras de Génova para aplazar el congreso regional de Madrid y la operación para enfrentar al alcalde y portavoz nacional Martínez Almeida con Isabel Díaz Ayuso, o para impulsar la tercera vía de Ana Camins, después de que el propio Pablo Casado hubiera apoyado la candidatura de la Presidenta es demostrativo de que en al igual que en la comedia de Enrique Jardiel Poncela, en el PP hay corazones que laten con freno y marcha atrás, y que la “guerra” entre el equipo de Díaz Ayuso y el secretario general del partido, Teodoro García-Egea, no sólo sigue latente sino que se resucita de forma irresponsable deteriorando la imagen, el crédito y la confianza del partido ante el electorado. ¿Si no son capaces de estar unidos entre ellos como van a pretender liderar la necesaria unidad del centroderecha?
Porque si es cierto que a los cargos regionales del partido los elige la militancia, en Génova no deben olvidar que la militancia no es lo mismo que los votantes y que son estos últimos quienes ponen y quitan los gobiernos. Y a día de hoy, parece cierto que el PP no ha hecho prácticamente nada, o muy poco, para alcanzar ese ascenso que le dan los pronósticos electorales.
Se ha beneficiado de los errores del Gobierno, ha recuperado la mayor parte del voto que se fue a la agonizante Ciudadanos y empieza a recobrar algunos de los desencantados que se fueron hacia VOX. Pero ni atrae a una parte de los votantes más moderados del PSOE ni tiene la confianza y el respaldo incondicional de los poderes económicos que todavía no terminan de ver a Casado como presidenciable, factores ambos que fueron decisivos para el aplastante triunfo en Madrid de Díaz Ayuso, que ha reiterado por activa y por pasiva su lealtad al presidente nacional.
Una victoria en Madrid que tuvo un elevadísimo componente personal, al margen de las siglas, y que gracias a Isabel Díaz Ayuso el PP pasó de ser una formación casi desahuciada -en Cataluña no consiguió ni el mínimo para tener grupo parlamentario- a convertirse en la alternativa de Gobierno en toda España, donde la figura de la presidenta madrileña suscita más adhesiones populares que las de Casado, y ahí están las encuestas para demostrarlo.
Mal harían los populares en confiarse y caer en triunfalismos. Todavía queda mucho tiempo y aunque hoy son favoritos el partido hay que jugarlo y si algo ha demostrado Pedro Sánchez es que es un especialista en remontadas, sobre todo si desde el bando contrario se empecinan en el error y siguen trabajando para él.
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