“El más noble de los hombres tiene una mente amplia y sin prejuicios”
Confucio
Existen muy diversas formas de amar, de relacionarse, de actuar, de entender y vivir la vida, tantas como personas y personalidades: lo más común es lo generalmente aceptado, pero no tiene por qué ser lo mejor. Lo que es bueno para unos puede ser nefasto para los demás o viceversa, y el respeto hacia las pautas que siguen las personas en el ámbito más íntimo de sus vidas debe ser sagrado, prevaleciendo la máxima de evitar el daño -propio o ajeno.
Aunque somos responsables de las decisiones que tomamos y jamás hay que evadirse de las responsabilidades que conllevan, las causas que rodean dichas resoluciones, en ocasiones, escapan de nuestras manos. Lo desconocida provoca temor, motivo por el que en más ocasiones de las recomendables se machaca, se critica o se juzga implacablemente lo que no se comprende. Habría que eludir el dejarse intimidar por las leyes morales mundialmente aceptadas -en muchas ocasiones por comodidad y en otras tantas por hipocresía- potenciando el derecho de las personas a escoger. Si seguimos ese mismo criterio para nuestra propia vida posiblemente alcancemos algo parecido a la felicidad.
Las valoraciones injustificadas, las ideas preconcebidas, los juicios paralelos, las tradiciones obsoletas, los pareceres inflexibles -impuestos por el entorno-, suelen impedir el desarrollo pleno de muchos hombres y mujeres. La mayoría actúa como se supone que debe hacerlo, como les han dicho, como está escrito en las normas. Condicionarse a las reglas encasilla, recorta, restringe, crea adicción: en definitiva, coarta la libertad. Puede que sean socialmente impecables, que hayan actuado como de ellos se esperaba, pero llegará un momento en sus vidas -seguramente cuando sea demasiado tarde para retroceder o rectificar- en el que se sentirán frustrados por haber reprimido sus verdaderos deseos, por no seguir el camino que les dictaba su corazón, sino el que les venía marcado.
El mundo está lleno de almas atormentadas por no haberse realizado, por su incapacidad para llevar a la práctica los mayores anhelos, por haber impedido el desarrollo de su verdadero espíritu a causa de temores infundados. Amoldarse a educaciones tajantes y restrictivas termina atiborrando el planeta de clones aburridos y conformistas, cortados por el mismo patrón en vez de potenciar las infinitas posibilidades de la individualidad humana.
No incito a nadie a desatarse sin control, pero sí a que se atrevan a ser ustedes mismos, a que demuestren sus sentimientos por muy diferenciados o excéntricos que puedan parecer, a saltarse las normas que detestan o que simplemente no comprenden, a dejarse llevar por la intuición, a dejar fluir la espontaneidad, a desafiar las costumbres sociales que no tienen razón de ser, a reír o llorar cuando tengan ganas, a valorar a las personas por lo que son, a saborear los éxitos que les costó conseguir, a amar profunda, intensa y apasionadamente para alcanzar si no la utópica felicidad -gran parte de ella proviene de la satisfacción personal y del equilibrio con uno mismo-, sí al menos para impulsar existencias dichosas. Las más grandes vivencias son las que acarrean mayores riesgos y cuando intuyan que algo va a ser hermoso, que un sentimiento es verdadero, no le abandonen, atrápenle y déjense llevar: la valentía de transgredir, a priori arriesgada, suele culminar en la ansiada plenitud.
Hay que creer -y confiar- en uno mismo sin dejarse intimidar por prejuicios ajenos. Cada cual es dueño de sus aciertos y de sus errores: defienda su derecho a elegir.
“No hay tradiciones ni reglas que puedan aplicarse universalmente, incluyendo ésta”
Twitter: @CarmelaDf
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