Hay libros que nos abren el apetito de nuevas lecturas y tan benéfico efecto se agradece, qué caramba. De Vila Matas siempre sale uno rastreando poco difundidos autores centroeuropeos o aún austrohúngaros, viajeros de ferrocarril a vapor, paseantes de una Viena de telarañas o de la Praga en sombras de Kafka. José Ovejero no es Vila Matas ni falta que le hace pero en Escritores delincuentes se hace cómplice de esa sana costumbre que consiste en ofrecer pistas sobre literatos a los que descubrir o releer. Literatura sobre literatura pero, en este caso, en forma de personalísimo ensayo sin pretensiones de tesis doctoral sino con forma de artefacto literario sujeto al mero capricho de Ovejero, que podría haber incluido en su listado de escritores delincuentes a otros y podría haber dedicado mayor o menor atención a algunos que quedan relegados a personajes secundarios pero así son las cosas, el libro es de Ovejero y él ha hecho lo que le ha dado la gana. Y la verdad es que no le ha salido mal.
Repasa Escritores delincuentes la nómina de gentes de las letras que delinquieron y de meros delincuentes que acabaron transformados en literatos y nos ofrece apuntes biográficos de unos cuantos de ellos. O sea, de Burroughs a Chester Himes pasando por Jean Genet, Verlaine y, por ejemplo, Álvaro Mutis, que metió la mano en la caja cuando trabajaba para una petrolera y dio con sus huesos en prisión.
Interesante siempre es la historia de Anne Perry, escritora de misterio y coprotagonista adolescente del parricidio que relata la película Criaturas celestiales. Ganas dan de ir raudos a la busca de Hombres sin mujer, narración donde el cubano Carlos Montenegro plasmó sus recuerdos de preso común en los días previos a la llegada de Castro. Lo mismo sucede en los casos Abdel Hafed Benotman, Jimmy Boyle o Hugh Collins, tres tipos a los que la flor de la literatura les creció en el territorio de la brutalidad pendenciera. ¿Y qué me dicen del Karl May que leían nuestros abuelos, el de las novelitas de pistoleros y aventuras? Pues resulta que fue, antes de triunfar como escritor, un estafador de poca monta y, después, un embustero de tomo y lomo que jamás había pisado los escenarios de sus obras por mucho que jurase y perjurase que conocía las grandes praderas estadounidenses como la palma de su mano.
Escritores delincuentes desborda amenidad y nos descubre historias realmente curiosas y es uno de esos libros que se disfrutan. Con una salvedad. Se queda en tentempié. Nos deja con hambre. Los apuntes biográficos se nos antojan a veces cortos, se mencionan autores de cuales exigiríamos mayor detalle, se abordan cuestiones que querríamos ver mucho más desarrolladas. Pero. El libro es de Ovejero y él ha optado por hacerlo así. Yo creo que en vez de tener 326 páginas hubiera tenido que ocupar el doble de papel mas, insistamos, yo no soy Ovejero y él ha tomado la decisión que ha creído correcta.
Dicho esto, Escritores delincuentes es, cómo no, libro de mérito y altamente recomendable. Si hubiera ido a más sería recomendabilísimo, pero no hagan mucho caso porque tal superlativo ni tan siquiera está admitido por la RAE.
Así que abran esta puerta a nuevos horizontes literarios, a ese lado oscuro donde habitan escritores criminales y los criminales que escriben, patibulario cruce de caminos por donde nos guía con la mayor eficiencia José Ovejero.
Escritores delincuentes. José Ovejero. Alfaguara. 326 páginas.
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