Me llegan en estos días varios nombres, tan distintos, con connotaciones tan distintas que no me resisto a comentarlos. El primero es de un agente de bolsa londinense que hace unas declaraciones que ponen los pelos de punta. Analiza la situación económica mundial y entre otras lindezas augura que el euro se hundirá en breve y que éste es un momento maravilloso para enriquecerse, a costa de la ruina de otros.
Haciendo gala de un cinismo atroz dice, entre otras cosas: “A mí no me preocupa la crisis. Si veo una oportunidad para ganar dinero, voy a por ella”. Y más adelante: “Personalmente, he estado soñando con este momento desde hace tres años. Tengo que confesarlo, yo me voy a la cama cada noche soñando con una recesión, soñando con un momento como éste. Si sabes lo que hay que hacer, puedes ganar un montón de dinero”. Y dice algo que sabemos todos, pero con una crudeza terrible: “Este no es el momento de confiar en que los gobiernos van a arreglar las cosas. Ellos no gobiernan el mundo. Goldman Sachs gobierna el mundo”.
¿Cinismo o realismo? Terrible porque refleja lo que nos está pasando. Los gobiernos no gobiernan y lo único que queda es el egoísmo, el enriquecimiento personal, el sálvese quien pueda, la insolidaridad. Yo no sé si los gobiernos pueden hacer algo, si es que no hay manera de proclamar leyes antiespeculación. Pero aterra leer cosas como ésta.
Y en las antípodas, varios nombres: Jesús Redondo Abuín, Juan Moreno, Eduardo Saborido. Todos de CCOO. Hombres que se han dejado la piel y la vida (y no es metáfora) luchando por la justicia, por la solidaridad. Me vienen esos nombres porque han aparecido un par de libros de los que ellos son protagonistas y autores: Comisiones Obreras en la Dictadura, de Juan Moreno y La dictadura en la dictadura: detenidos, deportados y torturados en Andalucía durante el estado de excepción de 1969, de varios autores.
Libros para recordar, para la historia. Conozco a los tres. Los tres me honran con su amistad. Abuín es un viejo amigo, un luchador incansable que, a sus tantos años, sigue con la cabeza lúcida. Arrastra años de cárcel, de persecución, de torturas. Siempre generoso y abierto. Igual que Saborido, condenado en el 2001 (el que más penas acumuló). Igual que mi amigo Juan Moreno, toda una vida dedicada al sindicato, que ahora ha querido contar la historia que tanto parece molestar. La historia de una central y de una clase, la obrera.
Escribo de ellos, cada uno soñando todavía un mundo mejor, escribo de ellos y comparo sus vidas y sus aspiraciones con las del agente de bolsa londinense. Y veo que aún queda la esperanza.
Esa esperanza de las que nos hablaba Miguel Hernández. Libre de odios:
El odio se amortigua
detrás de la ventana.
Será la garra suave.
Dejadme la esperanza.
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