En pie y con una salva de aplausos, despidieron los diputados socialistas a José Luis Rodríguez Zapatero en la última sesión de control al Gobierno de la IX Legislatura. El presidenciable y líder del PP, Mariano Rajoy, proclamó que le deja “una herencia envenenada”. Y el presidente recordó que le ha tocado lidiar la crisis más profunda de los últimos ochenta años, aunque antes de que ese toro más negro y peligroso que el mismísimo Ratón entrara al ruedo ibérico, España consiguió los índices de empleo más altos jamás conocidos. Y aunque no vaya lo uno por lo otro, pues sería insensato y, además, Zapatero admitió su responsabilidad en las altas tasas de paro, ha logrado salvar los muebles de la cobertura social básica.
Dicho de otra manera: que el Presidente se despide de las preguntas de la oposición con la conciencia de haber hecho lo posible para que no vivamos peor. Y como me comentaba el secretario de Estado de Comunicación, Félix Monteira, tomando un cortado en Casa Manono, “ante la necesidad no hay reparto”. Zapatero se ha pasado la legislatura apagando incendios y enfrentándose a las amenazas de intervención de unos mercados financieros que se han llevado por delante a tres países del euro. El cuarto éramos nosotros, por si Rajoy, uno de los pocos que conoce la carta conminatoria de Trichet, no se acuerda.
La verdad es que Rajoy no aportó nada nuevo en su réplica a Zapatero, al que preguntó si “está satisfecho con el balance de una legislatura que termina con casi cinco millones de parados”. La pregunta tenía una respuesta obvia: no. Y de la réplica de Rajoy cabía esperar algo más que leña al mono. Pero no hubo nada. Aparte su apelación a la “herencia envenenada” –una expresión que repiten los gobernantes autonómicos y locales del PP y CiU para implantar el “repago” sanitario y los “recortes” en la enseñanza y en la acción cultural–, el presidenciable desgranó los siete mandamientos que dijo haber aprendido de Zapatero. A saber:
“Primero, hacer un buen pronóstico y no engañar; segundo, elaborar un plan que no tenga que ser modificado mañana; tercero, no crear expectativas falsas; cuarto, hacer previsiones razonables de crecimiento y empleo; quinto, no gastar lo que no se tiene, disparando el déficit y la deuda; sexto, hacer reformas y no vivir de la herencia y de la inercia, como ha hecho usted, y séptimo, no gobernar por decreto ley, como ha hecho usted el último año”. Tras la séptima enseñaza, el de Pontevedra deseó buena suerte al leonés.
También se la deseó Josu Erkoreka, del PNV, y Uxue Barko, de Nabai, quien le reprochó la “consigna” a los socialistas de que no pidan un referendo sobre la última reforma de la Constitución, pactada entre el PSOE y el PP y tramitada a toda prisa. “¿Dónde queda su promesa de una democracia cívica y participativa?”, le recordó Barko. El presidente respondió que de consigna, nada de nada, pues cada diputado es libre de actuar en conciencia. A 24 horas para que concluya el plazo reglamentario para solicitar la consulta, los promotores de la recogida de firmas no esperaban conseguir las 35 necesarias.
Se registraron en este último pleno algunos signos de malestar de CiU y PNV porque la reforma de la negociación colectiva –cuyo decreto ya está en vigor– ha quedado sin tramitar, si bien podrá ser retomada y discutida con el actual ministro de Trabajo, Valeriano Gómez, que ocupará un destacadísimo lugar en la lista de Alfredo Pérez Rubalcaba por Madrid. El tiempo se acaba, pero la política sigue.
Y también se registró la confesión de la vicepresidenta Elena Salgado, en respuesta a la popular Soraya Sáenz de Santamaría, de que es necesaria una reforma fiscal. Una cita de Homero –“Después de los acontecimientos, hasta el más necio es un sabio”– le sirvió para reconocer que “no supimos ver la profundidad de la crisis”, aunque tampoco los sabios del PP llevaban los anteojos bien graduadas cuando prometieron un crecimiento económico del 4% en esta legislatura. En fin, que el tiempo se acaba, el toro sigue en la plaza y Rajoy y su cuadrilla anuncian una faena de rejones.
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