No consuela en absoluto pero clarifica bastante saber que la siempre aplazada revisión fiscal para las rentas altas no obedece a falta de voluntad política sino a las carencias en el vocabulario del Gobierno. Ni la ministra de Cultura, tan rodeada de artisteo e intelectualidad, es capaz de dar en la tecla del adjetivo que defina a un rico. O sea que el problema no es que no le quieran hacer pagar más en impuestos sino que simplemente no saben lo que es. Por lo visto resulta más difícil de definir que los modelazos de Paco Clavel. Y en tanto apelan a las musas, en Portugal, tan cerca que se podía haber acercado un ordenanza de Moncloa y volver en el día hasta con unas toallas y unos albornoces, los ingresos superiores a 153.300 euros tendrán un aumento tributario del 2,5% y las empresas con beneficios superiores a 1,5 millones también se tendrán que retratar más y mejor con el fisco luso.
Ni esta pista ha servido ni ha colaborado tampoco, bien es cierto, que el saliente Zapatero no les haya facilitado un retrato robot de algunos de los muchos banqueros con quienes compartía campurrianas en Palacio para aliviar entre amigos el fragor de la crisis. Una foto dedicada de don Emilio, por ejemplo, acaso hubiera sido suficiente para alentar la revolución tributaria al grito de un ‘a por ellos que son pocos y millonarios’. Pues nada. No es propio de un país que complica tanto darse de baja de compañía de móvil ir a lo fácil en asuntos de tanta enjundia. Eso y no otra cosa es ir a por el funcionario o el parado o el mileurista eternamente temporal que, aunque no tengan la culpa de nada, por lo menos sabemos quiénes son y a los mercados se la traen al pairo.
Por cierto, mano de santo el acuerdo PP-PSOE sobre la reforma constitucional para calmarlos. En Wall Street están a punto de cerrar el chiringuito de puro aburrimiento. En cualquier caso mucho menor del que provoca la doctrina Robin Hood con la que quien fuera ministro, como lo oyen, del mismo gobierno que ha dejado escapar en tres años 6.000 millones de euros por un quítame de aquí este impuesto del patrimonio, ahora se compromete a hacer todo lo contrario. A por los ricos, a por los bancos y veremos a ver si, avanzada la campaña, no se presenta un plan para la nacionalización inmediata de las mercerías. Es lo que tiene retener durante tantos Consejos de Ministros ese enjaulado espíritu revolucionario. Que te sueltas y es un no parar.
Si uno fuera malpensado, que no es el caso, se diría que más que un programa electoral para cumplir de lo que se trata es de cumplir con la clientela electoral más fiel para que sean conscientes de que si no se hacen las cosas como demanda la ortodoxia socialista la causa no es desconocimiento de la teoría. Otra cosa bien distinta es invitar luego al mismo don Emilio a tomar unas pastitas y que se le indigesten cuando le digas que le vas a subir los impuestos. Para eso hay que tener valor. Y no me refiero al chocolate para que moje.
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