Siguen a lo suyo. Por ellos no ha pasado ni el verano ni la desolación. Para ellos no han cerrado varios miles de tiendas, los colmados de siempre, no hay empresas que caigan ni unas colas terribles bajo el filo del paro. Para ellos todo sigue intacto, como siempre, y siguen a pedradas verbales como ayer. No ha pasado el verano. No ha pasado la crisis. Aquí no pasa nada desde el coche oficial. No es por ser demagogo y maltratar a la clase política, pero ya rompe el torno, la mirada, el oído, estas declaraciones septembrinas que tienen por vigor una repetición de la jauría anterior: una cosa es criticar a los dirigentes por el mero hecho de serlo –lo que también ha sido, históricamente, una postura más estratégica que ideológica: emponzoñar la imagen del político democrático, injuriarlo durante generaciones, para así justificar un régimen dictatorial-, sino que nuestros políticos, hoy, viven al margen de hoy. Aquí nadie se ajusta el cinturón a la nueva visión, a una sociedad que vive ya, desde hace mucho tiempo, completamente ajena a sus políticos, y además por propia supervivencia mental.
Aquí ha pasado el 15-M y nadie se ha enterado de nada. Unos siguen pensando, o al menos difundiendo, que ha sido un movimiento orquestado desde cierta parte de la izquierda para frenar la posible llegada de la derecha al poder; otros, por el contrario, y de manera aún más delirante, piensan que ha sido un movimiento originado desde el entorno de la derecha española para erosionar al Gobierno, aún de Zapatero. Todos, en resumen, piensan que el asunto va con otros, y si alguien más agudo ha llegado a otra conclusión no se ha molestado en explicarlo. En suma, nadie se ha mirado en el espejo, cuando resulta que el 15-M era el espejo público; pero claro, quién quiere mirarse en él.
Ahora, inmersos en la nueva precampaña, seguimos en el mismo tono de anteayer. Antes o después algún político –seguramente nuevo- entenderá que la gente ya no quiere que nadie le hable de política. Que la gente está harta de todos estos dimes y diretes, de la pugna continua, de este pugilato establecido en torno a los sillones bien pagados. La gente está cansada de este pulso, que ya no lleva a nada, más que a la propia alternancia en el poder. La gente quiere gestión, cercanía y debate constructivo.
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