Prostitutas por un Chanel

29/08/2011

diarioabierto.es.

Pepita es muy infeliz. Está amargada, toma antidepresivos, apenas concilia el sueño y se siente desdichada. Sus hijos hacen su vida y es invisible ante los ojos de su marido, volcado en asuntos profesionales y en las otras mujeres que desde hace años ocupan el lugar que a ella le corresponde por legítimo derecho.

¿Cuántas veces se ha desvelado rumiando si la última adquisición de su esposo -relación que ha llegado a sus oídos y a los de todo el mundo- es más bonita, más elegante, más divertida, docta conversadora o mejor amante? ¿Cuántas no habrá imaginado su rostro basándose en los gustos y preferencias de él? Lleva media vida atormentada por la sospecha de si no es lo suficientemente hembra para tanto varón. La vida la ha puesto frente a las que usurpan su espacio en más de una ocasión, no pudiendo evitar sentir impotencia, afrontando siempre un desconsuelo atroz. Si advierte que la nueva es inferior, no entiende por qué él marcha de su lado; si reconoce atributos de los que ella carece, sufre y se atormenta. Cuando la figura de esa mujer es anónima la desazón torna a inmensa por desconocimiento de la adversaria. Da vueltas a sus fallos y aciertos, a sus defectos y virtudes, a lo que las otras poseen de lo que ella carece, a lo que él anhela para arriesgar tanto. Vive inmersa en un círculo cerrado que carcome sus entrañas; ni siquiera se puede desahogar con sus compañeras de mantel en el té vespertino. Antoñita bastante tiene con sufrir en silencio -y con cínica sonrisa en los labios- los desplantes de su legítimo en las cenas de postín “tú cierra el pico que de eso -como de casi todo- no tienes ni idea, tu opinión nos importa una mierda a las personas inteligentes” la suele vocear mientras el resto de comensales saborean excelentes caldos y hacen como que no escuchan. Los exquisitos modales y el saber estar son innatos a la élite. Faltaría más. Aún sería menos conveniente comentar sus congojas a Marianita, sabedora como la que más de la afición compulsiva -casi diaria- de su cónyuge a dilapidar dinerales en lupanares míticos. Minucias al fin y al cabo en comparación con la reincidencia del compañero de Serafinita en desvirgar tiernos efebos.

Pepita, Antoñita, Marianita y demás pamplineras no deben despertar lástima o compasión: sus desasosiegos y desazones nada tienen que ver con el amor ni los sentimientos. Decidieron arrinconar dignidad, barrer vergüenzas y obviar públicas cornamentas por una vida acomodada, por preservar una posición privilegiada que jamás hubiesen conseguido por méritos propios -su perfil bajo, falta de agallas y sesera limitada se lo impide-, por seguir rellenando actos sociales, por continuar luciendo galas para el papel del colorín -curiosa esta obsesión de generar envidias en desconocidos mientras tu entorno te denigra-.

Pese a tal concatenación de despropósitos cada temporada alardean de los últimos Vuittones, Chaneles, Louboutines, Loewes y Diores de rigor, felizmente pagados por las visas titanio de los que las mantienen como atrezzo necesario del paripé de apariencias que ¡en pleno siglo XXI! se obligan a conservar. Y ellas apechugan porque un Vuitton es un Vuitton y un estatus es un estatus. ¿Cuál es la línea que separa una prostituta profesional de una prostituta social? ¿Cuál es la diferencia entre vender el cuerpo por necesidad y la dignidad por comodidad? ¿Por qué las que se alquilan por pan son denominadas fulanas y las que lo hacen por caviar “señoras de”? Éstos que pasan por la vida disfrazados de lo que no son ¿se reconocen en la soledad de sus miserias? ¿Cómo se descubren ante ellos mismos?

Encima se escandalizan de conductas de terceros desde ese papel de damas abnegadas que tan hipócritamente interpretan pese a las humillaciones sangrantes de sus patrocinadores, quienes a su vez, se vanaglorian predicando moralidad desde sus respectivos púlpitos: los mejores consejos de administración, las más representativas carteras ministeriales, las juntas de accionistas más codiciadas, los más alto tribunales…Poderosas tapaderas para desfogarse con aquello que critican en público y anhelan en privado. Y aquí paz y después gloria.

PD. Este artículo se basa en personajes reales. Pepita, Antoñita, Marianita o Serafinita son bien conocidas por todos ustedes.

Twitter: @CarmelaDf

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