Ya que bajo a por el pan, reformo la Constitución

24/08/2011

diarioabierto.es.

Con el paso de los años Zapatero ha adquirido la misma consistencia política que la que tendría un plumón en el ojo de un huracán. Sus vaivenes, por voluntariosos que sean, vienen a delatar que cuanto más severo es su rictus a causa de la situación económica más frívola se antoja su política. Este ‘ya que bajo a por el pan, reformo la Constitución’, con el que se despachó en el Congreso ─ que al parecer atragantó la ensaimada a más de uno de sus propios diputados ─ no es sólo un ejemplo más. Acaso sea el último legado de quien le ha ocurrido con la recesión lo mismo que pasa con la leche cuando se calienta más de lo debido. Primero desborda la capacidad del cazo y luego se quema en la vitrocerámica. Pues en esas condiciones, rebasado y abrasado, afrontó el todavía presidente su comparecencia para dar cuenta de las últimas píldoras valerianas que ha improvisado para tratar de calmar a los mercados.

Lo malo es que ese afán es directamente proporcional a la inquietud que genera en sus ciudadanos comprobar cómo, a pesar de la mala fama de su credibilidad, es más fiable consultar a una veleta las próximas medidas económicas que dejarlas al albur de quien primero no vio venir la crisis y luego no supo actuar contra ella. Sólo desde ese punto de vista espasmódico se entiende que se quiera cambiar ahora la Carta Magna en lo que se tarda en traerte a casa una cuatro quesos, cuando hace apenas unas horas no era necesario, o bajar el IVA de los pisos nuevos cuando hace meses se hizo justo lo contrario. Tal deber ser el poder de los mercados, y la falta de arrojo para hacerles frente, que su voracidad no distingue entre quien ocupa hoy La Moncloa y quien espera hacerlo en nombre del mismo partido.

Así, el papelón de Rubalcaba, sintetizado en ese ‘me convenció anoche’ al que únicamente le faltó en su contexto saber si fue antes o después de tomarse la última, desmorona en buena parte su carácter plenipotenciario en las filas socialistas. No es plato de gusto, y bien que lo testificaron las cámaras, que te restrieguen tus propias palabras para recordarte que lo que hoy votas a favor anteayer te parecía una sandez. “Le pido a Rajoy que diga algo útil a la ciudadanía, en lugar de proponer un cambio para acabar con la crisis en un plis plas”. Ese cambio al que alude era reformar la Constitución para limitar el déficit público. Algo que, al parecer, a día de hoy es de una portentosa utilidad.

No digo que no lo sea para quien crea que el déficit tiene que ver más con los números que con las necesidades. No es mi caso. Aunque parezca que ha pasado una eternidad no hace muchos años las autoridades competentes, que curiosamente así se les llama lo sean o no, alardeaban del superávit público mientras las pensiones de miseria seguían siendo mayoría, las listas de espera para operarte largas como un día sin pan o en las aulas universitarias se hacinaban los alumnos. Es decir, vanagloriarse de que te ha sobrado dinero de todos cuando hay muchas carencias que cubrir abochorna. Preparar el camino para contener el gasto aunque sea urgente porque lo diga la Constitución, también ¿No dice acaso que tenemos derecho al trabajo? Pues eso.

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