Torremolinos mon amour

09/08/2011

Daniel Serrano.

1964. Frank Sinatra ha acudido a España en inútil persecución de una indomable Ava Gardner, cuyas noches de ginebra y toreros cimentan una leyenda (en gran parte falsa) que los taxistas de Madrid perpetuarán durante años. Sinatra rueda El coronel Von Ryany atiende en su hotel a un periodista. La cita acaba en bronca y Frankie destroza la cámara de un fotógrafo y la policía acude en su busca pero Sinatra y los suyos se atrincheran y se niegan a salir de sus dependencias. Cuando finalmente Sinatra accede a acudir a comisaría, empeora las cosas escupiendo la foto de Franco colgada de la pared y calificando de “putos fascistas” a los agentes que le conminan a comportarse con respeto al Generalísimo. Por orden gubernativa el crooner de voz pulida por la nicotina es expulsado de España en el primer avión que vuela al extranjero desde el aeropuerto de Málaga. Frankie jamás olvidará la afrenta y, con motivo de la celebración de los 25 años de paz enviará al Caudillo un telegrama con el siguiente texto: “Enhorabuena por el 25 aniversario de su benevolente régimen. Muérase”.

Es una historia de cuando la Costa del Sol era destino internacional de estrellas del celuloide, príncipes destronados, acaudalados calaveras y celebridades emergentes. Es una historia del Torremolinos remoto de los 60. Y sucedió en uno de sus escenarios emblemáticos: el hotel Pez Espada.

Aquel Torremolinos, hoy devastado por el turismo de masas, es pasto de la añoranza y de cierta revalorización estética. Innegable es que, contempladas con perspectiva, las arquitecturas de aquel primer despegue de la Málaga litoral resulta de una fascinante modernidad retro. Y que la pintoresca fauna que allí abrevó en los 50 y 60 provoca una inmediata fascinación: Perón e Isabelita en su exilio, Jean Cocteau y su cohorte homosexual, Lennon, los duques de Windsor. Pero también la colonia nazi que lideraba LeonDegrelle, protegido de otro león, el de Fuengirola, José Antonio Girón de Velasco; veteranos esbirros criminales de Hitler tostándose al sol mediterráneo junto a jóvenes hippies, fumadores de grifa y partidarios de toda disipación financiados por la mala conciencia de un papá burgués.

En ese universo desarrolla Alfredo Taján su Pez Espada, premio de novela Ciudad de Salamanca 2010. Un anciano que perteneció a la selecta primera hornada de veraneantes del Torremolinos más exclusivo recuerda, alojado de nuevo en el hotel Pez Espada, lejanos agostos que concluyeron en tragedia. Una fotografía le devuelve al enigma que quedó sin resolver. Rememora y nos retrata otra España, otro Torremolinos.

El planteamiento resulta atractivo. Taján no escribe mal y arranca la novela agitando el interés del lector en varias direcciones. Bueno, digo que Taján no escribe mal. Si se le perdona su tendencia a colocar las comas a modo de sindiós indescifrable. Lo de los vocativos sin coma (Taján, pon la coma bien –y no: Taján pon la coma bien-) acabará siendo admitido por la RAE pero en el caso de Pez espada el caos caprichoso de sus puntuaciones, a veces, interfiere en la atención de quien pretende disfrutar del relato.

En fin, nadie es perfecto y venga, corramos un tupido velo acerca del asunto de las azarosas comas. La novela, admitamos, arranca bien. Hay un punto de tópico en el tono pero, qué caramba, también algunos aciertos al explicar cómo era aquel país (“país de cabreros” escribió Gil de Biedma): “No éramos ricos pero tampoco pobres, porque en aquella España neolítica ser pobre significaba vivir en la caverna, y no se trata de una metáfora platónica, ni mucho menos; (…) significaba morirse de asco, miedo e ignorancia”.

En aquella España es donde el protagonista, mediante una relación amorosa con una linda prima de bolsillos rebosantes, vive su mejor verano en Torremolinos. Su mejor verano son treslarguísimos estíos (baños, sardinas, champán, amor) y se trunca la felicidad cuando el Contubernio de Múnich (reunión de demócratas españoles criminalizada por el franquismo) coloca en incómoda situación varios miembros del grupo de veraneantes.

Y luego las cosas se complican y hay clandestinidades y pasiones turbias y un asesinato y, al final, el libro se enreda y concluimos la lectura con la impresión de que la novela se ha quedado en muy poca cosa. E, incluso, hallamos cabos sueltos de difícil digestión (¿qué demonios pinta la larga digresión sobre Degrelle y los nazis de la Costa del Sol dentro de la trama?, ¿se sugiere que desarrollan algún papel en el asesinato que precipita el desenlace?).

No, no, no. Pez Espada no funciona del todo. Se lee con facilidad, eso sí, y tiene pasajes muy agradables, y se disfruta esa recreación del Torremolinos elitista a distancia sideral del actual. Es una excelente lectura de playa, sí, señor. Y a la vez una obra fallida. Pero interesante. ¿Me ven poco claro, paradójico, incoherente? ¿Recomiendo o no recomiendo la novela? Pues sí. ¿Por qué no? Con todas sus imperfecciones, es un entretenido acercamiento a lo que fue la Torremolinos mítica y abierta al mundo.  Y para estos días de canícula y tremebundos soles sobre la arena no molesta tener entre las manos una novela como Pez espada. Reflejo de otra España. De cuando Cocteau contemplaba atardecer al sol declinante del mar malagueño.

Pez espada. Alfredo Taján. Ediciones del Viento. 290 páginas.

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