En el país de la brocha gorda, el pincel de trazo fino, lejos de ser el rey, resulta altamente sospechoso. Cualquier matiz puede ser susceptible de canjearse por un grueso insulto o una legítima opinión ser sepultada bajo un caudal de descalificaciones sin más argumento que el porque sí o el más personal porque lo digo yo y sanseacabó. Aunque pueda antojarse para algunos propio de un fascista acomodado al sistema, que siempre es más sencillo espetar eso que romper a pensar o debatir con lo que luego duele la cabeza, es compatible compartir el espíritu del 15-M y discrepar de sus métodos. Quizás ya esto sea suficiente para ser lapidado en esas redes sociales que lo mismo empapan de conocimiento que esparcen por doquier la estulticia.
Empero, bajo el cobijo de ese paraguas que da una edad en la que las únicas opiniones que ya te importan son las del urólogo, me atrevería a apuntar que ni la calle era en su momento de Fraga ni ahora de quienes se creen con derecho a ocuparla sine die por muchas razones que se crean que tienen para ello. Ni tampoco de la policía. Simplemente, es de todos. De quien se queja con rotundidad y de quien desea pasear por ese espacio público que se le hurta. De quien sale a ella para cambiar el mundo y de quien lo hace para cambiar en unos grandes almacenes unos bermudas comprados en las rebajas.
Hasta el aborregamiento, si así fuere una cosa y no otra o al contrario, es una opción individual tan respetable como ser revolucionario indefinido o de fin de semana. Todo aquel que reniega de los desalojos debería adjuntar en el pliego de explicaciones si la solución alternativa era aguantar que un grupo de ciudadanos hicieran suyo lo que es de todos hasta que el cansancio o el aburrimiento finiquitaran la usurpación. No creo que sea necesario combatir una indignación con otra. Ni aporta mucho ver un desvencijado campamento en unos jardines públicos para profundizar en los muchos y sólidos motivos que se tienen para salir a las calles para gritar que ya basta.
Nunca se agradecerá lo suficiente a los banqueros y a los altos ejecutivos todo lo que hacen porque este necesario movimiento social se nutra y se multiplique. Esas indecentes subidas de sueldos, ya de por sí millonarios, de los mismos que piden recortes de las pensiones o firman despidos con una mano y se lo llevan muerto con la otra hacen más por el 15-M que cualquier slogan por brillante que sea. Puestos a ocupar pues algún espacio, mucho mejor los jardines de sus chalets que las plazas de los pueblos.
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