– Bien. Suelte ahí sus cosas. Puede cambiarse la ropa tras el biombo. Si necesita algo, solo tiene que accionar ese botón azul. Rápidamente alguien le ofrecerá ayuda por el altavoz. Del mismo modo, cuando esté con la bata blanca que se le ha asignado sobre su cuerpo, accione el botón azul y vendré a buscarle como hemos acordado, para hacer un recorrido por las instalaciones, de su nuevo lugar de trabajo.
La compuerta se cerró tras el hombre sin hacer apenas ruido. Y Ben quedó allí dentro, tras el biombo, con el cuerpo desnudo completamente tratando de colocarse la bata blanca que le han dado. Lleva una pequeña placa de metal colgada, que pone: «Ben, Dpto de Vida» en letras muy pequeñas. Ben ya se ha colocado la bata y mira fijamente el botón azul. Lo acciona suavemente con el dedo índice. En la sala se respira limpio. Huele a consulta de médico.
El mismo hombre de antes entra en la sala, por la misma compuerta que minutos antes se cerró sin hacer apenas ruido.
– Bien, ¿ya está listo señor Ben?
– Sí, claro, estoy listo.
– Nos ponemos en marcha.
El hombre sale por la compuerta seguido de Ben. Caminan por un largo pasillo repleto de luces azules y blanquecinas. El hombre camina con pasos seguros y firmes. Ben, no caminaba tan seguro. Aún pensaba que se estaba equivocando a la hora de haber aceptado ese trabajo y se sentía agobiado, porque, realmente, no sabía si sería capaz de realizar tal tarea.
El hombre con Ben cubriendo su espalda, llegó a una gran puerta de metal.
– Aquí tienes que decir tu nombre para que se abra. Te reconoce por la voz, es lo único que no te podrá robar nadie, la voz.
Dijo el hombre, guiñando un ojo a Ben.
– Foxy, abre.
Y la puerta emitió un leve pitido y se abrió nada más decir el hombre su nombre y la palabra «abre». Así que entró seguido de Ben, que sintió miedo al cruzar el umbral, ya que le recordaba a una de esas películas donde a las personas se les queda el pie atrapado con una puerta como esa al cerrarse.
– ¿Ves? es sencillo. Tan solo tendrás que decir tu nombre, y cualquier palabra mas. Luego lo harás tú con mi ayuda, y entonces, tu voz quedará grabada.
Ben asintió con la cabeza y continuó la marcha tras Foxy.
Llegaron a una gran sala. Una sala semioscura. Tuvieron que colocarse unos cascos luminosos sobre la cabeza, con los que al caminar se iluminaba el suelo a su paso y podían ver en una circunferencia limitada a su alrededor, lo suficiente como para desempeñar el trabajo, le explicó Foxy.
– Ese será tu sitio de trabajo.
Dijo Foxy señalando una amplia mesa con una pantalla ultrafina y unos botones y unas palancas de colores a ambos lados.
– Te sentarás ahí y ya sabes cual es tu trabajo: tendrás que elegir qué personas seguirán con vida, y cuales no. Confiamos en tu criterio, por eso has sido contratado. Como bien sabes, esta empresa fue creada con el fin de destruir personas, ya que el mundo ha sido superpoblado en lo que va de siglo, y ya no cabemos. Apenas queda aire para todos, se termina. Y hay que ir eligiendo, quién se va y quién se queda, al azar. Lo bueno de tu puesto de trabajo es, que tu vida está asegurada y garantizada como la de todo nuestro personal, así pues, querido Ben, bienvenido a Crash live.
Y Ben se quedó allí, muy solo, mirando el listado de nombres que conformaban la pantalla. Dentro de esos nombres se desplegaban fichas completas con los datos personales de esa persona, a qué se dedica, cuántos hijos tiene. Las veces que ha sufrido accidentes. Y algunas fotos personales.
Había que tener en cuenta todos y cada uno de los detalles de las personas para terminar con sus vidas, aunque se trataba de elegir al azar, había que tener en cuenta algunos criterios. Y lo cierto es que a Ben le aterraba todo eso. Él estaba ahí por una sola razón. Terminar con la vida de alguien. De alguien en concreto.
Sin embargo, mientra tecleaba el nombre de la persona en cuestión y abría su ficha y veía en su desplegable la vida que tenía: casada, con un hijo y ni un solo accidente. Se quedó bloqueado. Acarició la foto de ella con la yema de sus dedos. Una lágrima resbaló por su cara hasta caer en la mesa impoluta.
En esa sala estaba todo limpio. La muerte debía de ser limpia. Para que no dejase rastro, pensó. Él en ese mismo instante estaba siendo un asesino sin ir mas lejos. En Crash Live le prohibieron contacto alguno con sus víctimas, que no eran víctimas, sino personas que debían de tener su cese en la vida, como si se tratara de un contrato que cumple y no puede ser renovado de ninguna manera.
Todas las personas, tenían un microchip implantado, que estaba totalmente preparado para causar un infarto cerebral de esos que te proporcionan una muerte en cuestión de segundos. Y la muerte de muchas personas dependía de su elección. De la mano de Ben.
Siguió mirando la foto de la mujer que amó durante mucho tiempo, por la que lo dio todo y la cual le dejó por otro hombre que mas tarde le dio un hijo y un hogar que a Ben le hubiese gustado darle.
Era una venganza que Ben había estado cultivando durante mucho tiempo. Una venganza caliente, en vez de fría, ya que con lo que se jugaba era con la muerte y la sangre que caliente, nos rellena el cuerpo.
Ben sabe que si acciona la palanca se vengará al fin. Sin embargo le entra miedo. Porque si acciona esa palanca termina con la muerte de la mujer que le dejó a él muerto en vida, con la rabia y la impotencia en el cuerpo. Pero eso no serviría de mucho. Porque aún la amaba.
Así que Ben teclea el nombre del nuevo marido de ella. Se llama Hem Selk. Es un astronauta que viaja a la luna tres veces por semana. Si acciona la palanca y le quita la vida, también sería una venganza estupenda. Sin embargo no está demasiado seguro de hacerlo. Piensa que su mujer nunca sufriría tanto como perdiendo su propia vida.
Entonces teclea su nombre: Ben, por simple curiosidad. Y allí está. Vale que le han dicho que su chip está desactivado, porque todo aquel que trabaja en Crash Live, está a salvo de morir, pero no puede evitar leer su nombre, revisar su pequeño resumen de vida. Y mientras lee una breve biografía sobre él mismo se da cuenta de que ha tenido una vida triste y pobre en vivencias, por momentos el hombre se ve sumido en una enorme tristeza que no le deja apenas respirar.
Cierra su ficha y vuelve a la de la mujer que amó. Le echa un último vistazo antes de tomar la decisión. Respira hondo y mientras se muerde el labio inferior con infinita rabia, borra la ficha de su mujer. La borra totalmente. La hace desaparecer del enorme listado. Es algo que tiene prohibido, pero por alguna extraña razón ha decidido salvar su vida para siempre, dejarla libre de una muerte injusta como era esa. Y también borra la ficha de su actual pareja, la ficha del astronauta. La borra y siente alivio. Los ha dejado a salvo. Ya no existen en los servidores de Crash Live, por lo que ni él ni nadie, podrá jamás decidir sobre sus vidas. Ése hijo tendrá unos padres asegurados. Y Ben siente al fin una satisfacción que nunca antes había sentido. Cree que por una vez en su vida ha sido útil.
Regresa a su ficha. Se vuelve a mirar. Mira su ficha, sus pobres vivencias. Está solo. Lee la palabra: soltero. Ninguna enfermedad, ningún accidente. Vale, pero… ¿de qué sirve vivir, si se hace el camino solo?. Y en ese mismo momento recuerda las palabras del hombre: «Lo bueno de tu puesto de trabajo es, que tu vida está asegurada como la de todo nuestro personal». En todos los trabajos mienten, piensa Ben. Así que juguetea con la palanca que podría terminar con su vida. Autodestruirse no es lo que desea, pero realmente lo quiere dejar al azar. Así que sujeta la palanca y la acciona.
En Crash Live, como en todas las empresas, mienten. El chip de Ben se activa y a él solo le da tiempo a quitarse el casco de la cabeza y a emitir el último suspiro. El dolor es intenso, pero la muerte rápida y segura. Así es Crash Live. Así de eficiente ha sido el trabajo de Ben, en Crash Live desde el primer día hasta el último momento. Ha muerto satisfecho por el trabajo bien hecho.
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