¡Kiko Amat!

21/07/2011

Daniel Serrano.

1000 violines. O 100.000. Miles de furiosos violines crepitando en un humo de barricadas, cuando pretendíamos Todo. “Sillas plegables de metal,/ gafas de sol,/ sandwichs de queso y jamón;/ los chicos odian lo que ven/ y sin hablar/ ven a los viejos comer”. Únete a la insurgencia, decían. Y yo (que preservaba mi deseo de ser punk)  soñaba una épica de violentas insurrecciones y chicas guapas con quienes hallar el reposo del guerrero. Escuché La casa de la bomba allá por mis 17 años. Es una de las muchísimas canciones que menciona Kiko Amat en 1000 violines. También una de las pocas que conozco del gran catálogo que despliega. Pero da igual. Porque 1000 violines trata de la música pop y de lo que implica pero no sólo de eso e, incluso, da un poco igual entender o no entender al detalle ciertas referencias porque de lo que en este libro se habla es de lo que significan las cosas que amamos, las cosas que VERDADERAMENTE amamos.

Más allá de la apariencia erudita que a primera vista nos puede poner en guardia (a los semianalfabetos del pop/rock como un servidor), este libro es una bellísima declaración de amor a la música popular y todo lo que significa. Que significa mucho. Muchísimo. Como escribe Kiko Amat, una canción es una máquina del tiempo. La capacidad evocadora de una canción no tiene equivalente. “Los escritores somos mancos, estamos maniatados creativamente. Sólo disponemos de palabras para describir un espectro muy amplio de emociones”. El pop va mucho más allá. El pop nos devuelve al tiempo de las cintas TDK decoradas primorosamente, cofres de un secreto que sólo compartíamos con algunos, la sinfonía definitiva de nuestra generación. No creo que exista nadie que no haya sentido ese estimulante calambre eléctrico en el estómago que denota el descubrimiento de nuestro propio himno particular. Y Amat aboga por seguir conservando esa pureza adolescente y no dejarse vencer por la molicie. Por seguir entrando en el bar dando voces:

–     Hey, hey, tíos, ¿habéis oído ESTO?

Otra vez me da la impresión de que no

estoy haciendo justicia a Kiko Amat y no me queda más remedio que utilizar una frase convencional pero que entenderán: es este un libro extraordinario. Qué bien escribe Amat y qué sencillo y qué pop.

Y, además, en lo musical aporta la dosis de polémica de lo más interesante. Porque sostiene Kiko Amat que Imagine es una canción abyecta (a mí me ha convencido), denigra a Mark Knoplfer por su “look de tenista enajenado” y califica como “la cosa más antipática y redundante, repetitiva y boba que se ha hecho jamás” el exitazo de Phil Collins Anotherday in Paradise. Entre otras cosas. Porque también le parecen horrendas canciones como Moriría por vos de Amaral, Angie de los Stones, No woman, no cryy Cruz de navajas. Pero horrendas en el terreno de lo delictivo. Y odia Queen enterito. Conste que algunas de sus opiniones las comparte este lector disperso y otras no (y miedo me da que Kiko Amat la tomase con mi hermano Ismael) pero, en la mansedumbre musicalmente correcta en la que penamos (que consiste, básicamente, en que nadie opina nada porque la música, sinceramente, no interesa de verdad a casi nadie) resulta de lo más agradable hallar un agentprovocateury fervoroso creyente de la religión del pop.

Pero, sobre todo, 1000 violines (de un modo apasionado) explica muy bien algo que entenderá todo aquel que haya sido adolescente y haya amado la música. Explica la razón por la cual, a punto de rebasar la frontera de los 40, cuando escucho La casa de la bomba vuelto a tener 17 y a soñar con la insurrección definitiva y con tomar el Palacio de Invierno a lomos de una vespa y ataviado con una parka.

1000 violines. Kiko Amat. Mondadori. 297 páginas.

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