La ventana tapiada

18/07/2011

diarioabierto.es.

La ventana de tu antigua habitación aún sigue abierta. Por ella entraba el olor a comida del vecino del tercero y del quinto y el olor a ropa femenina recién tendida. Aquella ventana blanquecina por la que también se escapaban tus sueños y las esquinas de tus miedos. Tu soledad se desvanecía poco a poco mientras pinchabas chinchetas en la pared con algunas de tus laminas favoritas.

La luz amarillenta iluminaba la estancia. Tu cama se convertía en fiesta por un día, llena de serpentinas de colores y de plumas blancas, mientras las horas de ese reloj que odiabas pasaban deprisa y sin tregua alguna para tu tiempo.

Todos los sueños se podían hacer realidad en un solo día. Te sentías llena por dentro y vacía por fuera. El gato arañaba la puerta y te llamaba con sus intermitentes maullidos. Y tú, pisando la alfombra con los pies descalzos abrías la puerta y el gato entraba lentamente, buscando en tu mirada la aprobación a cada paso.

La ventana pareció quedar cerrada, sin embargo una parte de ella se quedó abierta. Dejó de empañarse con el vaho del amor que desprendían las bocas que se amaban a oscuras. Dejó de hacer ruido para abrirse y cerrarse. Sus bisagras quedaron para siempre calladas. Tu mano jamás se posaría en aquella palanca que al accionase abría una ventana al mundo, a ese mundo donde una vez te hubieses quedado a vivir.

El color amarillo de la habitación comenzó a desprenderse. Sin embargo la pared que rodeaba el marco de la ventana continuó intacto durante mucho tiempo.

Hace algunos meses aquella ventana fue tapiada. Varios ladrillos apilados cerraron aquel hueco, aquel espacio por donde entraba una vida diferente y dejaba salir un poco de la tuya. Ya no había ninguna ventana allí y sus maderas blanquecinas fueron arrojadas a un contenedor de basura.

Sin embargo, en el lugar de la ventana su nuevo habitante colgó un cuadro enorme en el que había dibujada una ventana con vistas al mar.

Debió de ser que en aquel trozo de pared siempre tendría que existir una ventana. Una ventana abierta capaz de trasladarnos a alguna parte. Capaz de hacernos suspirar, como lo hizo en su día: con la ropa interior femenina que se veía mecida por el viento desde la cama, o aquel olor a comida recién hecha, o los gritos de una madre asustada o los ronquidos de un padre cansado por el trabajo.

Ahora hay un cuadro con vistas al mar. Pero tras ese cuadro sigue existiendo una vida ahí fuera. Y si cerramos los ojos podemos seguir viéndote a ti, acercarte a esa ventana para accionar la palanca que la hacía abrir y renovar el aire. Desde esa ventana se podía ver absolutamente todo.

Por eso mismo fue tapiada, por eso mismo la recuerdo.

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