O cómo llevar la contraria aJ. M. Coetzee. Les explico. Resulta que acudo (en estado febril) a mi librería de guardia en pos de Pánico al amanecer. Varias reseñas entusiastas publicadas en diferentes medios me han lanzado a la caza de esta novela. Obra de culto, escriben; hilarante, añaden; hay violencia, risas, alcohol, Australia profunda. Me gusta. Y también seduce la sinopsis: un joven profesor se dispone a abandonar por vacaciones el agujero en medio de la Australia interior en el que la administración educativa le tiene penando, pero en vez de eso (por una serie de inesperados acontecimientos) acaba inmerso en un bucle alcohólico que le incapacita para salir del pueblo que aborrece.
Añadamos un par de citas que explican el espíritu de la novela: “En los pueblos remotos del Oeste (de Australia) no abundan las comodidades de la civilización: no hay sistema de alcantarillado, no hay hospitales, es raro dar con un doctor, el agua es mala (…) y las carreteras apenas existen. (…) Pero hay un sólido principio del progreso que mantiene a la gente a salvo de la locura(…): la cerveza siempre está fría”. Y: “Curioso rasgo de la gente de por aquí (…): puedes dormir con sus mujeres, aprovecharte de sus hijas, gorronearles, hacer casi cualquier cosa que en una sociedad normal te llevaría, cuando menos, a sufrir el ostracismo. Aquí, en cambio, ni se dan por enterados. Ahora, basta que te niegues a beber con ellos para que pases de inmediato a convertirte en su enemigo mortal”.
¿A qué tiene buena pinta?
Pues no.
Después de tanta excitación provocada por la perspectiva de una epifanía llegada de las antípodas me encuentro con una novela (a mi entender) detestable. Tontorrona. Con un desenlace de lo más bobo.
Y eso que tal fue el éxito en el mundo anglosajón de esta obrita que encumbró a su autor, Kenneth Cook, allá por 1961 y en seguida hubo adaptación cinematográfica y en círculos de entendidos se ha mantenido una fe inquebrantable en esta novela que ahora edita Seix Barral.
Y a mí no me ha gustado nada.
Y me dispongo a contarlo cuando veo en la cubierta la siguiente aseveración: “Un inquietante clásico de la literatura australiana”. Y firma tan categórica sentencia el mismísimo J. M. Coetzee. ¿Y ahora qué? ¿Le enmiendo la plana a todo un Nobel? Difícil encrucijada (y, además, me duele la cabeza). ¿Qué hacer?
Pues nada. Contarles que, se ponga como se ponga Coetzee, más allá de cierto clima de bochorno y resaca que Cook logra esbozar en varios pasajes y de alguna frase brillante (“a la cuarta cerveza los problemas de un hombre no parecen tan graves como a la primera”) y de la prosa seca como el pedernal que gasta el texto, Pánico al amanecer me parece muy poca cosa. Ya lo he dicho.
Da la impresión de chiste alargado. El relato va perdiendo progresivamente verosimilitud, se enreda, se atasca y, además, les diré que hay un pasaje que especialmente me repugna. La matanza de canguros que describe Cook supongo que pretende lograr en el lector una mezcla de espanto e hilaridad por la vía del humor negro. O algo así. Pero no. Es, simplemente, una exhibición de crueldad sin sentido. Estuve a punto de tirar el libro por la ventana sólo por el encarnizamiento de Cook con los putos canguros. ¡Hey, tío! Eso no se hace. Y punto.
Bueno, siento haber faltado al respeto al señor Coetzee y si a él le gustó Pánico al amanecer creo que ustedes, sufridos lectores, tendrían que hacerle caso. Pero lo que es a mí Kenneth Cook (que en paz descanse) no me vuelve a pillar.
Pánico al amanecer. Kenneth Cook. Seix Barral. 189 páginas.
Aviso Legal
Esta es la opinión de los internautas, no de diarioabierto.es
No está permitido verter comentarios contrarios a la ley o injuriantes.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.
Su direcciónn de e-mail no será publicada ni usada con fines publicitarios.