Colarse en el metro

04/07/2011

diarioabierto.es.

En los casi cuatro años que llevo viviendo en Barcelona, se pueden contar con los dedos de una sola mano las veces que me he colado, o he intentado colarme en el metro. Yo diría que tan solo lo he hecho dos veces, y esas dos veces he ido sintiéndome mal y nerviosa.

Pero hoy, sin ir mas lejos, al introducir mi tarjeta de metro mensual en la máquina para pasar, la tenía caducada con ni mas ni menos que 7 viajes aún en su haber. Con las prisas, porque llegaba tarde al trabajo, me he acercado Visa en mano, a las máquinas de billetes y he intentado comprar una nueva. Pero… ¡sorpresa! ninguna, de las 10 máquinas que allí había, funcionaba. No sé cuántas veces he sacado y metido mi Visa en la máquina, sin éxito. He mirado a ambos lados, desesperada, porque no llevaba ni un solo euro en la cartera, y por allí no había nadie que me pudiese solucionar el problema con la tarjeta.

Así que, algo mosqueada e indignada me he dirigido hacía las puertas esas de metal, donde tanta gente deja su mala hostia, al salir (no sé si os pasado, que estas puertas de metal la gente las abre muy bruscamente, con mala mala leche y que el golpe te lo llevas tú que vas detrás, efecto rebote, vaya -no sé si me entiendes-).

Total que, nada más poner una mano en la puerta metálica, para entrar y decirle a mi pareja (que me esperaba allí) que nada, que no había manera de conseguir una tarjeta…. cuando un ¿tío? que no era de seguridad me coge del brazo y me dice ¿dónde vas?. Y le respondo: no funcionan las máquinas, no logro comprar el billete con la tarjeta, y yo llego tarde al trabajo, pienso entrar y cuando llegue a mi destino saco allí el billete, o me soluciona usted esto. El hombre me mira con cara de pocos amigos y me dice que no me voy a colar, que luego me multan. Y le digo: bueno, que me multen, ya lo pagaré, pero si no funcionan vuestras máquinas y yo llego tarde no puedo hacer otra cosa, sino lo que hace todo el mundo que van con prisas y sin ellas: colgarse.

El hombre me dice: no se cuela nadie. Y yo le respondo: ¿cómo?. Se cuela mucha gente al día, pero a ellos no les cogerá usted del brazo. Solo a mí, para una vez al año que decido ¿colarme?. Solamente trataba de entrar coger el metro y al llegar a mi parada comprar la tarjeta, en una máquina que funcione.

El hombre, que no era un revisor ni un trabajador de Renfe, no me ha dejado entrar. Mi pareja me ha tenido que dejar su T10 para que yo pueda acceder. Porque el hombre no me dejaba otra alternativa.
Me he indignado. Porque desde que utilizo el metro como método de transporte, y eso se resume a casi cuatro años consecutivos, siempre, siempre, he visto a gente colarse: tras de mí en los accesos para picar el billete de los que tiene puertas automáticas, por las puertas metálicas, o incluso saltando las máquinas de picar billetes. Y habiendo gente de seguridad y seguramente hombres como el de hoy, no he visto a nadie, jamás, detener a toda esta gente. Evitar que se cuelen sin billete en el metro.

Sin embargo hoy, que tras años de no tratar de colarme gratis. Que siempre, siempre, he sido fiel comprando la tarjeta mensual del metro, que roza ya los casi 34 euros al mes, y que como no gastes todos los viajes te caducan y los pierdes… no me merezco ni siquiera el beneficio de poder pasar y arriesgarme a que alguien me pare, me pida el billete y me multe.

Yo le diría al hombre que me ha detenido, que si me piden el billete y no tengo explicaré que su servicio no estaba operativo, y que mi intención era pagar al finalizar el trayecto. Y si no me creen, pues aceptaré la multa y la pagaré.

Pienso que ese señor no me tendría que haber cortado el paso, porque no se aplica la misma ley para todo el mundo. Creo que tengo la libertad de colarme si ninguna de las máquinas acepta mi tarjeta para el pago, creo que estoy en mi derecho de correr el riesgo como todas esas miles de personas que se cuelan y así va el metro: Cargado de gente cada mañana. Parecemos sardinas enlatadas.

Odio el metro. Y cada vez me gusta menos la gente que se cuela delante de mis narices, o esa gente que intenta colarse tras de mí antes de que se cierren las puertas, mientras que yo pico mi billete y pago cada mes una pasta para ir cual sardina en su lata, al trabajo.

Lo que mas me ha afectado ha sido parecer una choriza, sentirme que estaba robando, delante de toda la gente que por allí pasaba. Retenida por un hombre cualquiera. Aún así pienso que fui educada y correcta.

Al llegar a mi destino, intenté comprar de nuevo el billete mensual, pero las máquinas seguían sin funcionar. Y mientras miraba la máquina con cara de tonta no vino nadie a sujetarme la mano para que no introdujera mi tarjeta en la ranura.

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