Había en su piel el sabor de otras pieles. Las caricias muertas de otros amores. No se podía querer lo que ya se ha querido. Porque no se puede mentir con la misma mentira dos veces. Las caricias y los besos no eran reciclables.
Encontró entonces, un amor sin estrenar, de esos que siempre mantienen la cuerda del amor aún intacta. De esos que hacen ruido con solo mirarlo.
Aquel amor, era un amor gastado: como un beso entre dos bocas cosidas o selladas. Un beso sin ruido y sin saliva de por medio. El amor que no hace ruido, que no te hace subir la tensión, ni te acelera los latidos del corazón, es un amor que ya no merece ese termino, esa palabra. Lo que fue era irrecuperable, por eso quiso quedarse con el recuerdo y vivir fuera de él.
Os aseguro que se podía vivir fuera del recuerdo, pero olerlo y acariciarlo. Incluso se podía rebobinar mentalmente y regresar a los mejores momentos. A la carne, a las ganas, a aquellos besos que mordían y asesinaban la boca del otro, cuando la pasión sabía a la sangre de unos labios heridos por los labios del otro. Cuando el amor vive dentro de la pasión, es un amor muy vivo y muy real. Muy intenso.
Le admiraba. Admirar a alguien es quererle. Desear una vida como la suya, es amar cada una de las cosas que hace, querer ser como él o como ella, es lo que te hace amar cada fibra de su ser. Y apreciar cada una de sus palabras, de sus gestos, de sus pasos. Cada día de su vida. Y le admiraba, desde su tos hasta sus manías y sus locuras.
Era un amor envidiable, de esos que nacen siendo nada para serlo todo. De esos por los que nadie apuesta y luego cae en premio gordo, y resulta ser la mejor de las relaciones y la mas duradera.
Todo comienza con un borrador (la mejor historia, el poema más grande, el dibujo mas real, la canción más increíble). Y con un borrador comienzan las historias de amor más espectaculares. Partiendo de una base, como sería una personalidad única, unas ganas de querer indescriptibles, la admiración hacía la otra persona, el deseo imparable hacía el cuerpo del otro. Todo esto sirviéndose siempre de la viceversa. Unido y bien ejecutado, con la capacidad de continuar creciendo, se construye eso que llamo “relación perfecta”.
Además, ambos disponían de una belleza desbordante. De esas bellezas, que cuando las contemplas te sientes afortunado, como quien tiene frente a sus ojos la piedra mas maravillosa y brillante del mundo. La mas única.
Y es que, unos ojos que brillan, una boca que rebosa de recovecos rellenos de ansía de besos, unos hoyuelos en los que puede uno perderse, unas cejas ideales como el marco perfecto para una cara que parece creada a base de pinceladas por el mejor pintor del mundo. Y esa voz. Esa voz que lo mueve todo, que hace música con las palabras, que emana un aliento que quema en la garganta y crea cosquillas. Una voz que cuando dice tu nombre lo vuelve importante y le otorga un eco especial, de esos que terminan siempre en susurro muy cerca de tu oído.
Y es que la relación perfecta existe. Cuando dos personas que caminaban por caminos diferentes se encuentran. Cuando esas personas que se encuentran, son totalmente diferentes, pero a la vez, totalmente iguales. Dos personas que siente la admiración exacta el uno por el otro, que sienten la misma pasión entre los dedos, y que miran con los mismos ojos llenos de futuro común.
Entonces ya está. Todo vuelve a tener sentido. Y aquella historia por la que nadie apostaba ni una pelusa del bolsillo, resultó ser una de esas relaciones especiales, de uno de esos programas de telerealidad.
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