Deconstruyendo «El jardín de las delicias» de Francisco Ayala

01/06/2018

Miguel Ángel Valero. Carolyn Richmond, viuda del autor, analiza esta obra en "Días felices" y hace cómplice al lector en su diálogo sobre el arte, el tiempo, la literatura y la realidad.

«El jardín de las delicias», una de las grandes obras de Francisco Ayala, no es precisamente fácil de leer, como casi todos los trabajos literarios del centenario escritor granadino. Pero con «Días Felices. Aproximaciones a ‘El jardín de las delicias’ de Francisco Ayala», de Carolyn Richmond, es ahora una tarea menos difícil, aunque siempre exigente.

Esta obra, que mereció el Premio Manuel Alvar de Estudios Humanísticos 2018 (organizado por las fundaciones CajaSol y José Manuel Lara), soalmente puede ser escrita por una persona con una estrechísima relación con Francisco Ayala (fue su segunda mujer) y con una amplia cultura. Carolyn Richmond, crítica literaria y escritora, es catedrática emérita de Literatura Española en la City University of New York, experta en Leopoldo Alas ‘Clarín’, Ramón Gómez de la Serna y, por supuesto, Francisco Ayala (es la editora de sus 7 volúmenes de ‘Obras completas’). Además, pertenece a la Real Academia de la Lengua Española.

«Dias felices» evita el ‘morbo’ o el cotilleo. El lector no encontrará referencia alguna a la vida de Francisco Ayala ajena a la literatura, sino una indagación rigurosa, lúcida, pero totalmente personal, de «El jardín de las delicias», y un permanente diálogo con el autor sobre el arte, el tiempo, la literatura, la realidad, y otras muchas materias. El gran acierto de Carolyn Richmond es que obliga al lector a hacerse cómplice de ese diálogo que es profundamente personal e íntimo, «un acto de amor», como proclama en la presentación de la obra.

La autora de «Días felices» insiste desde el principio (página 17) en que todos somos «cónmplices, lectores activos a quienes, de acuerdo con la experiencia de cada cual, nos incumbre recrear, por cuenta propia», esa obra de Francisco Ayala, que define como «arca de palabras» capaz de producir «un efecto caleidoscópico de luces y de sombras».

«Es al lector a quien le corresponde descubrir, y atar, aquellos cabos que le ha dejado sueltos el narrador», insiste en la página 35.Porque «no existe una interpretación única de una obra de arte: todo depende de una miríada de factores entre los que desempeña un papel fundamental el del punto de vista del receptor» (página 36).

En esa deconstrucción de la obra de Ayala se destaca que «sin renegar del pasado inmediato, optará por vivir anclado firmemente en un presente que mira hacia el futuro» (página 27), lo que diferencia al escritor de otros que también sufrieron el exilio y, de alguna manera, lo rentabilizaron.

También que «nunca se sabe nada, nunca«, posiblemente el principal mensaje de la prolífica y monumental obra de Ayala, que reconoce no obstante que «la biografía de un escritor consiste en sus escritos» y que «la realidad, lo que llaman realidad, es la literatura», porque «la naturaleza cobra realidad en la esfera de la conciencia humana».

El arte «no imita a una supuesta realidad natural, sino que, por el contrario, la crea». Es el leguaje humano lo que hace del hombre «el creador de la realidad misma que con sus palabras está mentando». «Toda palabra confiere existencia a aquello que nombra«, recalca Francisco Ayala. Un mensaje más: «El escritor opera siempre en respuesta a la experiencia que el mundo le ofrece».

«Con la novela nos colocamos más allá de la literatura, más allá y más acá», proclama el autor de «El jardín de las delicias». «El compromiso del novelista consiste en ser sincero hasta la raíz y ahondar hacia ella con toda la penetración de que sea capaz; no mentir nunca -mentir es mentirse-; evitar, en cuanto pueda las ilusiones de la superficialidad».

«En un mundo cuyos valores se han  hecho todos cuestionables e inciertos, donde no queda apelación posible a principios reconocidos, el único camino de salvación está en el escrutar el fondo último de la propia conciencia en nuestra existencia misma», considera Francisco Ayala. Quien escribe también que «la vida es una serie de despedidas«.

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