No era esto, no era esto. No era acompañar a Gallardón a su casa, no era intimidarle ni escupirle. No era montar la barricada frente al Parlament y encararse de forma agresiva y chulesca con la Policía. No era tratar de agredir a ningún diputado, ni darle una colleja, por mucho que haya gente que pueda merecerla. No era nada de esto, y ésa ha sido la causa de que el 15-M haya calado dentro de la conciencia ciudadana: su manifiesto carácter pacifista, su respeto exquisito a la convivencia pública. De hecho, si hacemos algo de memoria, podemos constatar que la mayoría de los movimientos antiglobalización, por no decir todos, no han dejado de ser una noticia lejana en los periódicos, de protestas y luchas, de cargas policiales contestadas o no, en las páginas de información internacional. Frente a las reuniones del G-8, cíclicamente se han ido gestando guerrillas de protesta, concebidas como una lucha urbana casi organizada en plan comando, y nada de eso ha sido permeable para la gente llana, en general. Sin embargo estos chicos, que luego han ido sumando a muchas chicas ya nonagenarias que les llevaban porras y café para desayunar, y han visto engrosar sus filas a muchos indignados de la edad de sus padres, en un tono muy reivindicativo, pero absolutamente pacífico, si han caído bien hasta a los propios políticos no ha sido sólo por la seriedad de muchas de sus propuestas, sino por el discurso estricto en una no violencia.
Pues bien, todo esto se ha roto al día de hoy. No basta con el distanciamiento de la plataforma Democracia Real Ya de la violencia de ayer. No es suficiente. Hace falta una condena tan expresa, tan poderosa, tan múltiple, que no deje lugar a dudas acerca del verdadero talante de estas asambleas ciudadanas. Alguno de sus representantes ha dicho que también cuando gana el Barça o el Real Madrid se producen disturbios, y no por eso convierten el hecho concreto en generalidad. Bien traído el ejemplo, sin embargo es inexacto: porque en esas celebraciones –en el fondo tristísimas-, que yo sepa, no se coarta a un representante público ni se le impide acceder a su lugar de empleo, el Parlament, en este caso. Habría que preguntarse qué nuevos movimientos han llegado al 15-M. Ya sé que tenemos el derecho a quejarnos, pero ese derecho debe estar siempre libre de mácula.
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